Soledades
A mis soledades voy, de mis soledades vengo y por el camino me entretengo, (esto último no lo escribió Lope de Vega, lo del entretenimiento es cosa mía, verídica, por cierto).
De la soledad han hablado poetas, filósofos y hasta gente como tú y como yo, porque la soledad ha estado acompañándonos desde siempre. Qué paradoja.
Decía Rousseau que el hombre es social por naturaleza, y hasta el Creador, según nos dice la Biblia, dio vida a dos seres: primero a Adán y luego a Eva, para que el hombre no estuviera solo, aunque creo que lo hizo por la necesidad de la procreación, para perpetuar la especie, porque crear al hombre para que se extinga no tiene mucho sentido, ¿no? ¿Además de qué habrían hablado dos hombres en aquellos tiempos si no había ni fútbol ni mujeres? Perdona este microfeminismo, pero piénsalo… el Creador estaba en todo y la mujer hacía mucha falta, ya desde la mismísima creación.
Para Carl Jung la soledad es peligrosa, porque es adictiva y la ciencia nos descubre que la vida necesitó de al menos dos moléculas que reaccionaran químicamente, para abrirse paso en la Tierra hace casi 4.000 millones de años.
Hay una soledad individual, y hay 'soledades sociales', soledad en la infancia, la de niños que pasan solos los recreos sin amigos con quienes jugar y soledad en la adolescencia, jóvenes incomprendidos o no integrados en el grupo por falta de una aceptación que deja solos a los que son diferentes a la media, (discapacidad, homosexualidad, obesidad, raza, religión o cualquier otra característica que no sea normativa en el entorno social o familiar).
Y está también la soledad de los mayores; los datos son demoledores: 2,5 millones de personas mayores están solos en España.
La carencia de compañía no es buena para el organismo, aseguran los médicos, y puede causar enfermedades, desde la depresión hasta dolencias cardíacas y deterioro cognitivo.
Pero hay también una soledad deseada, la que aseguran es necesaria para el autoconocimiento y para la reflexión, que puede aportar paz, serenidad y armonía en nuestras vidas.
Observa por un momento, hay millones de cosas que no están creadas para estar solas, por ejemplo, el huevo frito, (mejor con pan, porque sin mojar te lo comes, pero no sabe igual) o el café, (con leche) y la sopa, con tropezones, (si no, no es sopa, es caldo) o esa cervecita que sin una tapita que la acompañe no sabe igual. Quizá esta observación pueda parecerte de lo más frívola, pero piénsalo: hay cosas que mejoran si van acompañadas y al hombre pues puede que le suceda lo mismo.
Las personas necesitamos compañía y también soledad, pero como decían los griegos: Ne quid nimis, (nada en exceso).
Dicen también que la virtud está siempre en el término medio y que más vale estar solo que mal acompañado, (esto me lo ha dicho mi madre toda la vida, sin ser filósofa).
Pero ¿cómo encontrar ese equilibrio? Para mí la respuesta está en poseer libertad para escoger, sí, para poder decidir cómo quiere uno comerse el huevo frito, (solo, con pan o con compañía).
La libertad es la llave que abre la puerta a la alegría o la tristeza que te provoca el estar solo y es cuando no puedes escoger, cuando la soledad te viene impuesta porque no la eliges libremente…es ahí cuando la soledad duele. ¿No crees?
Y es que, yendo, incluso, en contra de la propia naturaleza humana y de esa necesidad innata de compartir, cada día más, estamos conviviendo con millones de personas dolidas de soledad.