Me quedo con el mito
Llega el verano con su aliento de fuego. Son días estos en los que una no tiene ganas de nada; en los que hasta el aire parece materializarse y el cuerpo se hace pesado.
En los que esa frase tan elocuente y nuestra de ¡estoy aplataná!, cobra todo su significado; porque con esta canícula, todo lo que implique salir al exterior se vuelve castigo; así que me quedo en casa, quieta como un vegetal.
Y en esta postura tropical y paciente, pensando en algo fresco, se me viene a la cabeza la representación de un bosque nocturno; con su ulular de búhos, el canto de agua de un riachuelo, el frescor del rocío que resbala por el cauce de helechos, dalias, campanillas y…, aquí me paro. Acabo de darme cuenta de que estoy dentro del Sueño de una noche de verano
Con lo bien que iba con mi refrescante ensoñación y acabo metida hasta las cejas en una historia, fresquita sí, pero en la que celos, amores y desamores corren de un lado a otro del bosque soliviantados, sin que ni siquiera la reina de las hadas se salve de ese trote.
Todo por culpa de un filtro amoroso que invalida las flechas de Cupido para dar rienda suelta a ese desaguisado en el que se ven envueltos los protagonistas. Yo, lo de la pócima, no lo veo, me parece de muy mal gusto, aunque en este caso sea cosa de duendes traviesos. (De las pócimas, filtros, pastillitas o pinchazos que en la actualidad se utilizan por canallas y delincuentes, mejor hablar en otra ocasión, que me acaloro).
Pero, a lo que iba, yo me quedo con la figura del niño regordete, provisto de un carcaj en el que las flechas son inacabables; alado e inconsciente de su ceguera que revolotea alegre e invisiblemente a nuestro alrededor provocando que gente tan diversa pueda enamorarse. Lanzando flechazos que ciegan o que abren los ojos del alma, porque los enamorados se ven en la distancia, se reconocen y van el uno hacia el otro como si la humanidad hubiese desaparecido y el universo estuviera ahí sólo para ellos, para dar cobijo a sus arrumacos y cielo a sus ilusiones y suspiros.
Me quedo con el mito y el tópico del flechazo.
Poco a poco, cuando el arrobo y el embelesamiento inicial se apacigüen; cuando las pulsaciones vuelvan a su ritmo, y la pasión, el gozo y la presencia del ser por quien bebemos los vientos, marchen a la par con la convicción de que queremos formar pareja y construir la vida juntos, comenzará el trabajo amoroso que habrá que rehacerse cada día con los primeros albores. Tarea difícil y hermosa a la vez.
Pero si el amorcillo practicante de tiro con arco no acertó (cosa frecuente, no olvidemos que es ciego); y eso que creíamos amor se desinfla ante nuestras narices cual globo picado, dejándonos cara a cara con alguien que empieza a dejarnos un regustillo amargo, un no sé qué parecido a una advertencia, yo recomendaría leer Al egoísta no se le cura, se le deja, refrescante libro de Andrea Aranda que os hará sonreír en estos calurosos días de verano.

Y ya os dejo, que como dije al principio, no está la tarde para disquisiciones profundas. Mejor cojo el abanico.