La lámpara maravillosa
Anidaban junto a mí en un verso de Bécquer, en la penumbra serena de un libro que ocupaba un lugar preferente en mi habitación infantíl. Ellas, las oscuras golondrinas, dormían a mi lado soñando, como yo, poder volar
Cada noche, mi romanticismo irredento me empujaba a las páginas amarillentas donde estaban dormidas, colgadas en el cálido nido de papel donde las imaginó el poeta que las hizo eternas. Bécquer veía en ellas el símbolo de un amor perdido, y mi sueño infantil las imaginaba escapando del libro para volar felices, con sus alas negras y su corazón de verso, en el cielo azul que nos cobijaba. Un cielo infinito donde ellas eran libres, y yo, presa de mi fantasía, me perdía en el romántico azul de amores párvulos. Cada noche el mismo sueño: leyendo su verso, entres suspiros y madreselvas cobraban vida y escapaban del nido de palabras para luego volver, siempre volver, porque así lo quiso el poeta. “Volverán las oscuras golondrinas...”
Cada primavera las veo llegar, imagino su travesía larga de miles de kilómetros para volver a su nido de siempre. Con apenas 20 gramos de peso, con sus elegantes alas negras con reflejos azulados, su peculiar babero de color rojo y el tono ocre de su vientre, luciendo su original cola en uve vienen desde África, donde pasan el invierno, para formar sus nidos en espacios altos, en las cornisas, en los tejados, en los balcones... Las oscuras golondrinas del verso han visto pasar conmigo muchas primaveras. Ellas a salvo en el libro hermoso que las hizo inmortales; yo, al sol y al aire de una vida plena, envejeciendo mirando impenitente ese cielo azul que me fascina todavía.
Volvieron las oscuras golondrinas. Volvieron porque siempre vuelven. Pero esta vez se acercaron más al espacio que nos ve vivir. Por extraño sortilegio, como si fueran aquellas que me veían soñar, no eligieron el tejado, ni la cornisa, ni el balcón. Como si de un sueño infantil se tratara, ellas han querido anidar en una lámpara que da luz a un jardín sencillo donde crecen árboles nuevos, jazmines y damas de noche que perfuman el aire de un amante de la vida y la naturaleza, defensor a ultranza de los animales. Perros, gatos, mirlos, salamanquesas, grillos, saltamontes, arañas... Todos viven felices y en paz en un entorno seguro, sabiendo que nadie les hará daño. Quizá por eso las oscuras golondrinas eligieron la lámpara que alumbra un lugar techado y abierto que da al jardín. Desde el verso de Bécquer, cruzando mares infinitos, volando a través del tiempo, han vuelto para alegrar con su ajetreo hermoso el bucólico espacio de un soñador.
La lámpara blanca se ha ido transformando en un nido cálido y seguro de luz natural. Incansables, las golondrinas han construido una corona de barro y plumas perfecta para cobijar a los cinco nuevos miembros de la familia alada. El acontecimiento nos tiene entretenidos, una cámara discretamente colocada nos lo enseña todo; es apasionante ver su ir y venir retocando el nido, la puesta de huevos, la eclosión de los polluelos... Enternece el mimo con que los padres alimentan continuamente a su prole, es un privilegio, un regalo de la naturaleza poder contemplar lo que sucede en una lámpara que se ha convertido, por derecho, en la lámpara maravillosa.
Hemos visto sus voraces picos abiertos desde el primer día esperando el alimento, sus cuerpecillos desnudos de plumas ocupando el nido en perfecta formación cuando dormían, siempre vigilados y cuidados con esmero por los amorosos papás. Cinco picos abiertos reclamando, incansables, insectos y mosquitos. Día a día crecían, se llenaban de plumas, se vestían de negro con babero rojo y batían sus alas de estreno ensayando, aprendiendo a volar. Han crecido tanto, que los padres les dejan el nido y ellos se posan en la cornisa de la ventana cercana. Ya vuelan todos, van y vienen nerviosos, alborotando con su piar alegre la paz del tranquilo jardín. Su dueño disfruta mirándolas, viéndolas vivir. Él sabe que la golondrinas son muy beneficiosas para el medio ambiente, comen miles de mosquitos al día, están protegidas por la ley y sus nidos no se pueden quitar. En la lámpara maravillosa sus golondrinas viven sin miedo sabiendo que nadie les hará daño. Y cuando llegue el momento de partir a tierras cálidas para pasar el invierno, el nido permanecerá como ellas lo dejaron, esperando su vuelta cuando la primavera florezca.
Volverán las oscuras golondrinas. Volverán como las madreselvas desde el verso de Bécquer que me hacía soñar, idealizar amores tempranos que rimaban latidos nuevos en mi corazón sensible, me hablaban de amor al oído y me hacían suspirar. Pero esos no volverán. Como las golondrinas de Bécquer, mi corazón de niña anidó un buen día en un romántico verso y allí se quedó para siempre. Y aunque el tiempo pasó inexorablemente, después de infinitas travesías por la vida, vuelvo a él, como ellas, cada primavera.