El síndrome
Decía el escritor, guionista y director de cine estadounidense Paul Auster (Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006) que el arte y la cultura no van a transformar de inmediato la sociedad, ni van a solucionar los graves problemas que sufrimos, porque su función es más de tipo espiritual, de abrir las mentes y los corazones de las personas a las vastas posibilidades de la vida humana. Por eso, añadía, “son indispensables”.
Cuando en un pueblo o en una ciudad se llevan a cabo, tanto de manera oficial como por iniciativa de colectivos sociales y culturales y de emprendedores y empresarios, actividades que contemplan las artes plásticas narrativas y escénicas, nos conectamos con otros seres humanos. De hecho, pueden crear cambios espirituales en nosotros. Por eso, necesitamos escribir y leer, recitar poemas, cantar e interpretar música, teatro, pintar y organizar exposiciones, etc. Y tener la posibilidad de disfrutar de ello, ya sea como espectadores o como actuantes.
Imagínense si en los momentos difíciles vividos y en los que se avecinan no tuviéramos música, ni libros, ni poesía, ni cine, ni poder disfrutar de obras plásticas o escénicas... sería como un castigo eterno, porque todas esas manifestaciones culturales son una necesidad, son como la comida, una comida espiritual. Si no tenemos cultura, moriremos espiritualmente.
Vivimos en un municipio que obtiene buenos ingresos con el turismo y que cuenta con un número importante de residentes extranjeros y visitantes recurrentes que buscan en nuestra tierra algo más que sol y playa, pescaíto frito y grandes eventos (algunos de dudosa incidencia cultural), que suelen colapsar nuestros núcleos urbanos más importantes con molestias y complicaciones de tráfico, ruido, aglomeraciones, etc. Ya sea el cuestionado, costoso y ya cansino festival aéreo, el festival ELROW hasta altas horas de la madrugada con la “música” a toda pastilla, algunas verbenas con los altavoces a tope y multitud de desfiles y procesiones que tampoco se libran de su parte de contaminación acústica con todo el bullicio callejero y las molestias que generan, etc.
Y esos banquetes de decibelios, orquestados o con el amparo del ayuntamiento, estamos obligados a soportarlos los vecinos nos gusten o no, porque la administración tiene el monopolio de, supuestamente por interés general, (por no decir intereses políticos) acometer iniciativas que generan ruidos que para muchos pueden ser molestos pero, en aras del supuesto interés general, se tienen que aguantar. Bueno, vale, está bien.
Hace unos años el Ayuntamiento de Vélez-Málaga fue condenado por sentencia firme a indemnizar con 2,8 millones de euros a los vecinos de los edificios Ipanema de Torre del Mar, por los perjuicios que les ocasionó durante trece años la contaminación acústica procedente de los locales de ocio nocturno de El Copo, cerca del paseo marítimo de “la Torre”. La desidia, la incompetencia o, como apuntan algunos, la permisividad y connivencia por parte de algunos ediles, ocasionó que las arcas municipales sufrieran un grave quebranto que pagamos entre todos los ciudadanos.
Desde entonces, se padece a nivel político municipal lo que se podría denominar el “síndrome Ipanema”, que consiste en que pasamos del blanco al negro, de la permisividad lesiva para los intereses de los ciudadanos a la, si no prohibición, al menos, una actitud punitiva frente a manifestaciones culturales (como conciertos o recitales de pequeño formato) que se puedan celebrar en empresas y negocios de restauración que quieren ofrecer a sus clientes algo más que comida y bebida y que dinamizan nuestro centro histórico y otras zonas turísticas del municipio.
No son poco los empresarios, artistas y clientes que han sufrido en sus carnes las consecuencias de ese síndrome y la política restrictiva municipal, que impide o, al menos, no facilita en condiciones adecuadas para todos, que se puedan celebrar en determinados horarios, con pequeños formatos (solistas, dúos o tríos semiacústicos), en zonas no saturadas acústicamente y con un nivel aceptable de “ruido” (en torno a 90 db máximo) dichas actividades, dejando su realización al albur de que alguien (a veces de forma intransigente o interesada) llame a la policía y esta se persone en el local de turno, pida autorización de música en directo (que casi nadie tiene por trabas burocráticas, coste o limitaciones del local) y que conminan a finalizar la actuación de turno y poner la correspondiente multa que supone un duro golpe para el establecimiento.
Podríamos contar multitud de anécdotas negativas que han sufrido empresarios locales, músicos y clientes que, a la mínima de cambio y ante la llamada de cualquiera sienten como se interrumpe con la participación de nuestra esforzada policía local la actividad de ocio cultural correspondiente. Cosa que no ocurre cuando es una “actividad oficial” la que genera ruido y molestias para muchos vecinos.
Por eso es imprescindible, sobre todo ahora que la temporada turística comienza, que desde el consistorio se autorice bajo las condiciones antes apuntadas, como se hace en otros muchos municipios turísticos, que se desarrollen actividades musicales y culturales que no resulten molestas. Y que se apliquen ellos también el parche.
Porque si no, existiría un agravio comparativo en que el propio Ayuntamiento pudiera incurrir al aplicar su disciplina sancionadora a los establecimientos comerciales que no observan la normativa y, sin embargo, parece que “desconoce” la misma normativa cuando se autorizan y permiten eventos productores de mucha contaminación acústica de forma continua y programada en establecimientos o lugares públicos que no son adecuados para la celebración de los mismos.
Como apuntan algunos ciudadanos y empresarios locales, ningún reproche cabe realizar a las iniciativas políticas para celebrar eventos culturales en el centro histórico, pero creen que sólo están maquillando un doloroso problema que parece ya irresoluble: la profunda decadencia del centro histórico y su imparable degradación. Esa programación cultural permite constatar el "colapso" del núcleo urbano (como ocurrió en la "Noche en vela"): Exhibir a los visitantes aquella decadencia y degradación y evidenciar la pavorosa carencia de ofertas de restauración para absorber a tanto público -lo que a la postre deriva en "reseñas" poco edificantes de nuestra ciudad en las redes sociales- no es de recibo.
Al final lo único que se consigue es enmascarar la deficiente gestión política para dinamizar el centro de la ciudad: su repoblación y, al mismo tiempo, fomento e impulso de la inversión para la apertura de más establecimientos comerciales. Seguimos con nuestra inconfundible divisa: charanga y pandereta. Parece como si lo políticos veleños hubieran renunciado a Vélez mientras en clave de resignación muchos dicen: “Te tienes que ir a la Torre o a otros municipios cercanos, porque en Vélez no hay nada”.
La creación de un plan cultural y de diversión en el centro histórico de Vélez es clave para recuperarlo, atraer a la gente y crear una sinergia positiva, pero siguiendo unas pautas razonables y contando con la iniciativa privada y la participación ciudadana. La cultura es todo lo que constituye nuestro ser y configura nuestra identidad y debe ser un elemento central de las políticas de desarrollo. Por eso pedimos al ayuntamiento que apoye de forma clara y decidida las iniciativas culturales de empresarios y emprendedores culturales y que module ese monopolio que tanto nos cuesta y no arregla el problema estructural de abandono que padecemos.