El sueño de un gigante

El tiempo. Nuestro tiempo humano medido por el reloj y el calendario. Tiempo confinado y planetario con el que fragmentamos y etiquetamos de forma organizada la vida, la historia, y hasta el futuro más o menos inmediato:

Todo lo sometemos al control del tiempo como si no hubiera un mañana, y se suele exclamar: “No tengo tiempo”. “Me falta tiempo”. “Se me acaba el tiempo”. Como si el tiempo fuera una suerte de divisa que nos impide llegar a final de mes (otro fragmento de tiempo).

 En la música nos las hemos de ver con el tempo, un espacio de silencio o prolongación de notas que el músico intercala en su composición. Dijo Beethoven que «lo esencial de la música es el silencio». Este aparente contrasentido lo podemos verificar en nuestro entorno: Hay personas que cuando cantan (a su manera, claro), saltan de una estrofa a la siguiente ignorando el lapsus de silencio que media entre éstas, como si tuvieran prisa por acabar o sintieran cierto pudor. En este sentido, practicar el karaoke ‘ayuda’ bastante.

 En esas conocidas ‘cabezaditas’ que apenas duran unos segundos suceden sueños que, de poder escribirlos con todo lujo de detalles, bien podrían convertirse en relatos completos que de otro modo nos llevarían varios días redactarlos, como si la materia de la que está hecha el tiempo se comprimiera o simplemente careciera de existencia. Reflexiona María Zambrano en El sueño creador acerca de lo soñado y concluye que no hay movimiento en las imágenes soñadas, que son como un “nacer en algo” que es distinto de la vigilia.

 El soplo de esta y otras nebulosas del pensamiento me conducen a una terrible contemplación: El sueño de un Gigante. Una entidad de dimensiones que no es posible abarcar ni imaginar, y cuyo soñar es nuestro universo; nuestro mundo en él; nosotros en el mundo. Es terrible esta abstracción porque cuestiona el sentimiento de libre albedrío y la libertad misma, la que nos es conocida. Si se cumple alguna vez la premonición de la ciencia acerca del multiverso, ¿cabría deducir que hay Gigantes infinitos, cada uno soñando su propio universo? Por otra parte, ¿cuánto dura el sueño de un Gigante? Muchísimo, si lo comparamos con la duración de nuestro soñar. Nuestro universo existe desde hace miles de millones de años, y todo apunta a que nuestro Gigante aún no ha despertado; su tiempo no es nuestro tiempo. La música que sucede en su soñar no resuena en el nuestro. O tal vez sí, pero sólo disponemos del ver y no del oír. Y podría muy bien ser el “tejido elástico” que Einstein proponía como desconocida materia universal donde anidan las fuerzas gravitatorias que hacen girar los cuerpos celestes, manteniéndolos a una distancia más que prudente: Una danza estelar con la que el Gigante se complace en sus ensoñaciones, en sus afueras, como las que los antiguos griegos (y romanos después) atribuían a sus dioses y diosas, cada uno de ellos con el soñar que le atañe y que es su reino: El océano, el amor y el deseo, la infame guerra, y hasta la propia música. Las melodías susurrantes en el orbitar de las esferas que proponía Pitágoras, como los electrones alrededor de los átomos que crean la vida. Sueñan con nosotros y en eso podría consistir nuestra existencia.

 Sea como fuere –abstracciones aparte–, nuestra aspiración a la libertad debemos concebirla como un destino inquebrantable, sueñe quien sueñe. Porque, ¿quién puede negar que nosotros, los humanos, también seamos dioses soñadores? Todos sabemos, por experiencia, que la música nos traslada sin aviso previo a dimensiones inesperadas, en este universo que nos habita y cuya sustancia solemos llamar alma. Y es que en nuestro soñar sucede una abrumadora diversidad no premeditada a la que llamamos ‘fantasía’, para apaciguar la insaciable necesidad de conocimiento con la que hemos llegado a este minúsculo rincón del cosmos.