Confundir derechos con perversión

Vivimos tiempos convulsos, de contradicción permanente en España. El siglo XXI nos prometía progreso, diálogo, derechos..., pero estamos inmersos en una realidad tensa e ilógica donde la tecnología avanza más rápido que nuestra ética : inteligencia artificial, conexión total, innovación constante... Y sin embargo seguimos arrastrando los mismos odios antiguos con nuevas formas de expresión. Lo que gobiernos y opinión pública llamaron pandemia pudo ser un punto de inflexión : nos mostró la fragilidad del ser humano, la necesidad de cuidarse colectivamente. Pero no se aprendió nada, al contrario, el ser humano salió más dividido, más desconfiado, más crispado... Y eso se nota en la calle, en las redes y en la política. Lo que está claro es que el miedo hacia lo distinto o desconocido infunde odio, y eso puede que no sea un retroceso peligroso, como afirman muchos, porque no se trata de ideología, se trata de derechos, pero lo que ocurre es que en multitud de ocasiones la sociedad confunde derechos con perversión o perversidad. Mientras nos distraemos con pantallas y avances tecnológicos, olvidamos lo más básico : la dignidad, la empatía y la memoria. El futuro no se construye sólo con datos, y es importante añadir que en medio del caos que se vive en España, los medios de comunicación tienen una responsabilidad crucial : contar la verdad, dar voz a los que no la tienen o se les niega..., porque frente al ruido y la desinformación, el periodismo riguroso y ético es más necesario que nunca. Los periodistas que alimentan prejuicios y convierten la mentira en espectáculo han de ser sustituidos fulminantemente por los que defienden el oficio real de informar, porque “defender el periodismo es defender la democracia”, y en tiempos convulsos es también un acto de resistencia.