Tres de terror (2): El fondo del pozo
Caí. No recuerdo cuándo ni desde dónde, solo el golpe seco del aire al cerrarse sobre mí. El descenso parecía no tener fin; la oscuridad tenía textura, peso, una densidad que me envolvía hasta ahogarme.
El eco de mi propia respiración rebotaba en las paredes húmedas, multiplicándose, haciéndome creer que no estaba solo. Intenté gritar, pero la voz se deshizo antes de salir, devorada por la profundidad.
Cuando por fin toqué fondo, el silencio me recibió como un animal dormido. Bajo mis manos, la piedra estaba caliente, como si algo respirara bajo ella. La oscuridad se curvó, y entonces lo vi: una figura imposible, hecha de sombras que se movían al ritmo de mi miedo.
No hablaba, pero su voz sonaba dentro de mí.
—He estado esperando.
Su rostro era un espejo quebrado. En cada fragmento, vi una escena: errores, mentiras, las veces que fingí no ver el dolor ajeno.
—¿Volverías a vivirlo todo igual? —preguntó, y su tono no era amenaza, sino curiosidad.

Quise responder, pero la garganta se me llenó de tierra. Cada recuerdo pesaba más que el anterior. Lo vi todo: los rostros olvidados, los días perdidos, la tristeza que fingí no tener.
—Puedes subir —dijo el demonio—, pero solo si eliges. Repetirlo… o borrarlo.
El pozo empezó a llenarse de agua, lenta, helada. Mis pies ya no tocaban el suelo. En la superficie, un círculo de luz se hacía cada vez más pequeño.
Y entendí que no era un pozo. Era mi vida, vista desde el fondo.
Y él, mi reflejo, esperándome a decidir si quería volver a caer.