Volar con un cuento azul
Me regalaron un cuento para que lo leyera la niña que llevo dentro. Un cuento azul, azul intenso, como ese cielo limpio, sin nubes, que atardece buscando la quietud de la noche. Un cielo mágico de niños en donde vuela a la deriva una cometa con la cara quieta. Con sus chispeantes ojillos azules, su nariz verde y su boca roja de media luna, luciendo su cola larga de lazos de colores, parece que espera impaciente que la niña que hay en mí la vea volar. Y me siento en mi sillón de lectura, en una tarde tranquila de sábado, sintiendo a mi lado el calorcito de esa niña con trenzas, soñadora y curiosa, que leerá conmigo el cuento azul. A ella siempre le gustaron los cuentos. En su habitación infantil, junto a su cama de madera, había una escalera de libritos de colores con dibujos llamativos que contaban historias que invitaban a leer y creer en ellas. Y la niña se transformaba en cada personaje buceando en aquellas páginas escritas que hablaban de bosques encantados, de príncipes y princesas, de brujas y hadas, y cenicientas que enamoraban a príncipes soñados. Cada noche leía y releía historias mágicas que casi siempre tenían un final feliz. “Y fueron felices y comieron perdices”.
Hoy, sabiendo que le iba a gustar, la niña se ha sentado conmigo a leer un cuento nuevo. Ha recorrido distancias imposibles volando a través del tiempo, como la cometa protagonista del atractivo cuento azul que tengo entre las manos. La cometa Caraquieta, que así se llama el cuento, nos mira complacida desde su vistosa portada azul, con esos ojillos tiernos que imaginó para ella una pintora con alma de poeta; una poeta con alma de pintora. El nombre se lo puso el escritor que soñó una aventura para niños que ahora ha visto la luz en forma de cuento. Caraquieta nos mira impaciente, mueve los vistosos lazos de colores de su larguísima cola y nos invita a volar con ella por un cielo de páginas sedosas donde duerme un viaje de aventuras.
Abrimos el librito azul y nos recibe un viento de otoño que nos pasea de acá para allá entre un ejército de hojas muertas que mecen sus colores ocres en un cielo incierto que las llevará, sin rumbo fijo y sin remedio, a su destino final: una amarillenta alfombra, de distintas tonalidades ocres, que vestirá de nostalgia las calles y las plazas, con ese color de otoño que sabe a despedida. Con ellas nos vamos, la niña con trenzas y yo, y conocemos por fin a Penélope, la niñita risueña a la que su papá le hizo con mimo la hermosa cometa de larga cola con vistosos de lazos de colores para que jugara a volar con ella por cielos de fantasía. Tras la cometa, que ha cambiado de sonrisa, nos vamos volando a vivir aventuras de papel. Caraquieta vuela libre, sin saber a dónde va, en un cielo azul que no siempre es amable para una cometa que viaja sin brújula y sin destino. Con sus ojillos que irradian ternura, mira perpleja a los pobladores de ese cielo que recorre por primera vez un poco asustada: golondrinas, patos, águilas enormes..., ojos extraños, curiosos, que miran a ese pájaro tan raro lleno de lazos que vuela entre ellos despistado y asustado, moviendo su larga cola con una mueca triste que no es la suya.
El viento, que se ha vuelto impertinente, la zarandea, inmisericorde, y la empuja con furia a otro azul, un mar inmenso que cambia el sentir del cuento con la aparición de los amorosos delfines que la acogen y arreglan con su juego alegre esa mirada triste que no era la suya. ¿Qué pasó con la cometa? ¿Salió del mar Caraquieta? El final del cuento no lo cuento. Que lo descubran los niños. Que se enteren leyendo, que para eso se escriben los cuentos.
Hoy, en el atardecer de un otoño que sabe a verano, he vuelto a llevar trenzas, a vivir aventuras, a sentirme libre en cielos de infancia que guardan sueños y párvulas emociones. He leído el cuento que imaginó un escritor aficionado a bucear en los misterios del cosmos, y que ilustró con hermosos dibujos una poeta que pinta. Miguel Segura y Emilia García, almas sensibles, soñadores de lo hermoso, nos contaron el ajetreado vuelo de una entrañable cometa que nos ha entretenido y enternecido. Un cuento azul que nos ha llevado, en aras del viento, a la nostalgia de un lugar de cuento llamado infancia. Con ojos de niña he leído; con alma de niña he sentido; con alas de cuento he volado. He socializado con oscuras golondrinas que saben a verso; con águilas que vuelan alto y todo lo ven; con alegres delfines que nos entienden y se dejan acariciar...
Y colorín colorado, el cuento azul se ha terminado. Pensando en él me quedé dormida, y la niña que fui regresó al mullido sillón de mi memoria. Un amoroso rincón de seda donde sigue viviendo entre ríos y pinares; entre cigüeñas, mariposas y cigarras al sol. De allí vuelve de vez en cuando para recordarme un tiempo que no volverá.
Los cuentos son magia escrita. Despiertan la imaginación, distraen, enseñan y fomentan el amor por la lectura. Cada cuento es un suspiro, una sonrisa, una lágrima, una invitación a soñar. Un abrazo cálido de algodón de azúcar que endulza las horas y el alma blanca de los niños.