Silencio, estoy reflexionando
¿Qué importancia le damos a los silencios? No hace mucho leí las palabras de un afamado psicólogo que hablaba «de saber vivir callado en una sociedad donde a veces el silencio se torna una amenaza, siendo como es, un bien casi inexistente en nuestra realidad más cotidiana».
Yo pensé en España, ya que sabida es nuestra fama de hablar en un tono excesivamente elevado. En cambio, en las sociedades orientales el silencio es venerado e incluso reverenciado teniendo un gran valor en la «comunicación sin el uso de la palabra», y de ahí procede su sabiduría e incluso su felicidad. Siempre he creído que las grandes decisiones del ser humano proceden de la reflexión y el silencio, y sin embargo, no es fácil callar, e incluso hay quien no se siente cómodo en el silencio, como si éste fuera el anticipo de una tempestad y no de la calma. Se dice que la compenetración total de dos personas llega en el momento en que saben interpretar sus silencios, y es que disfrutar de un silencio compartido avivando cada uno de los sentidos es uno de los grandes placeres en los que a menudo no reparamos. También es cierto que el silencio a veces es portador de los mensajes más crueles, e incluso hay determinados organismos oficiales que acuñaron el concepto de «silencio administrativo». Ahora bien, también considero el silencio como una falta de respeto cuando el trabajo de una, o varias personas, depende de una respuesta, sea positiva o negativa. Si lo pensamos, el no tomarse un minuto en enviar una respuesta es una cuestión de ego, una sensación de poder que invade a la persona que siente que los demás esperan o dependen del botón «enviar». Y es más triste que el silencio se tome como ejercicio de posición de dominio y de control del tiempo. «A veces, callar es un arte, pero hay quien de no saber usarlo como arte lo convierte en falta de educación».