José Antonio Ávila López
Corrector de textos y Asesor político
José Antonio Ávila López
Opinión

La estupidez de suplantar lo clásico

Roald Dahl, el creador de «Charlie y la fábrica de chocolate» o de los «Gremlins», y de cientos de cuentos para adultos y para niños inteligentes y traviesos, se ha librado de que sus textos sean manipulados y convertidos en puré de lo «políticamente correcto», aunque es bueno decir que lo político raramente es lo correcto. Se ha levantado tal polvareda que los editores ingleses han renunciado a cambiar ni una coma de la obra de ese escritor, fallecido en 1990. En el mundo editorial, el cine, el teatro y la ópera se perpetran gamberradas con las versiones de las obras literarias, tratando de imponer lo «políticamente correcto» en textos creados con modas y estilos que reflejaban su época natal, el pasado. Hace ya algún tiempo que las novelas Ian Fleming han sido tergiversadas por un «iluminado» inquisitorial, tratando de convertir a James Bond en un modelo «feminista»... ¡Por Dios que me espanta tanta estupidez! Nadie podía imaginar hace un tiempo que las reformas de la «nueva lengua» iban a caer tan bajo, y ya no se trata de cuestiones ideológicas, sino de franca y descarnada idiotez amparándose en el desbarajuste normativo que los «pro» y los «trans» dictan. Imponer las ideologías vigentes a obras del pasado podría convertirse en un supuesto lamentable para las generaciones actuales... No se puede explicar, y es un pecado, un «pasado» totalmente inventado. Pronto, el lobo no devorará a la abuela de Caperucita, ni los niños serán abandonados por su padre en «Hansel y Gretel», nadie cortará cabezas en «Alicia y el país de las maravillas», y en «La Cabaña del tío Tom» el racismo histórico quedará convertido en una merienda de negros (con perdón). La «nueva lengua» que se impone consiste en suplantar los textos clásicos. En esta sociedad «nada ejemplar» predomina la hipocresía.