Ilustraciones de Miguel Segura
Capítulo 1: El niño y la caracola
Emilia García nos acerca la figura de Salvador Rueda de una forma íntima y delicada, ideal para conocer y dar a conocer la enorme talla poética y humana del genio de Benaque.

Esta es la historia de un niño que cumplió su sueño: Ser poeta. Se llamaba Salvador Rueda y nació el 2 de diciembre de 1857 en Benaque, una aldea pequeña en el término municipal de Macharaviaya, en la Axarquía malagueña.

EL JUEGO.- Entre almendros y olivos, sentado a la sombra de unos matorrales, un niño juega con una pequeña lagartija. Le gusta ver como corre, se esconde y vuelve aparecer entre las piedras. El chiquillo está atento a este ir y venir cuando una abeja se le cruza por delante y se detiene en la corola de una de las flores de la chumbera. El zumbido de la abeja le ha distraído de la lagartija que ya se escapó correteando entre la hierba.
Ahora llegan las mariposas que se van posando en la jara y se camuflan entre sus flores.
Más allá un herrerillo juguetea entre las adelfas.
El niño está embobado, como le dice su padre, está absorto en ese festival que para él brinda la naturaleza. Todo es rumor y música en ese lugar al que él va; solo o con su hermana. La música de la brisa entre las cañas, los pequeños animalillos que corretean bajo sus pies, los insectos que revolotean a su alrededor, el agua que corre ligera por ese arroyuelo, las aves que cruzan el cielo, los pajarillos que cantan y mueven las ramas de los árboles con sus juegos. Todo es música. Y ese niño sueña. Sueña que quiere ponerle palabras a esa música.
Sueña que quiere ser poeta.
De este sueño no lo despertará nadie. Ni siquiera la voz de su padre que ahora lo llama desde lo alto de la loma.
— ¡Salvador!, ¡Salvador!
El niño se levanta y corre rápido hacia esa voz.

Cuando ese niño que juega y corre hacia su padre, crezca y se haga mayor, escribirá cosas como ésta:
Piedad tuviste al verme desvalido
niño todo temblor, nota perdida,
sin penetrarte padre, de mi vida,
para qué tu pequeño fue nacido.
Yo lloraba en tu pecho enternecido
mi inútil gracia a mi pobreza unida
y tu beso, al morir, por despedida,
me dejó el corazón enloquecido.
De los dos hemisferios del planeta
tiene rosas su frente de poeta,
y te las da tu niño lastimero.
Dios puso entre sus manos una lira,
y el que nació para adorarte, mira:
Te arrodilla a los pies el mundo entero.
En este bellísimo poema Salvador Rueda, titulado El niño desgraciado, siente la tristeza de que su padre muriera sin haber conocido hasta dónde había llegado su hijo; ese niño que creían no serviría para ganarse la vida, porque ningún oficio le duraba. Ese niño tímido y torpe con las herramientas.
Pero en este poema también puede sentirse el orgullo de quien había salido con lo puesto de esa pequeña aldea de Benaque y llegó a ser reconocido y aclamado en España, América y Filipinas.