La imagen congela al mensaje
Esto ya lo sabía la Iglesia Católica desde antes del Renacimiento con sus retablos y pinturas murales, que serían paradigma de muchísimas de las Iglesias de una gran cantidad de pueblos y ciudades de España. En el siglo XX, y también la Iglesia, patrocinó un «cine católico, con valores humanos». El comunismo, y es otro ejemplo, también lo sabía con su también apoyo oficial al cine, y sus murales de exaltación del proletariado; y ahora, también lo sabe toda la izquierda, con la importancia que dan a estar presentes en la televisión comprando inmensidad de medios de comunicación. Y es que todos sabemos que la imagen congela un mensaje, y lo da a conocer con facilidad y sin dejar lugar para la reflexión, es decir, nada más se piensa en lo mostrado claramente. La palabra, lo escrito, resulta más ambigua e interpretable, y, por ende, manipulable, pues queda en la memoria sujeta a olvidos y lagunas selectivas. Vivimos de lleno en la sociedad de la creación de imágenes, y podríamos decir que hoy todos somos «hacedores de imágenes», que con su repetición y difusión pueden resultar icónicas de un acontecimiento. Las imágenes son fácilmente transformables, y se pueden falsear con gran facilidad, por lo que se refuerza su capacidad de influencia en el sentido buscado por el manipulador. Pero lo que yo quiero contar y hacer notar en esta columna de opinión es señalar la riqueza de imágenes con que cuenta ahora (o puede contar) cualquier pueblo o persona, por pequeña o humilde que sea, ya que la facilidad para obtenerlas y para mejorar su calidad una vez captadas hace que puedan ser el resultado de una gran riqueza visual.