María Zambrano y el espíritu de sus gatos
Columna de José Marcelo
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Artículo de José Marcelo
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En la mitología griega, la esfinge era un monstruo de destrucción con rostro humano, patas de león, cuerpo de perro, cola de dragón, alas de pájaro, la boca llena de veneno, los ojos como brasas encendidas y las alas siempre manchadas de sangre.
Hay sombras que nos cobijan. También está la sombra que camina siempre junto a nosotros, para recordarnos a la otra sombra que se ocultó en el interior de nuestro ser.
A las personas que aman la vida.
A las que sufren y se enfrentan a las adversidades.
A las que luchan por mejorarla.
No hay religión que no se base en el sentimiento de culpabilidad. El origen de esta emoción procede de los valores judeocristianos de nuestra cultura. Donde la figura paternal simbolizada por Dios, es vista como un ser sobrehumano que castiga a quien no sigue las normas y reglas establecidas.
A Irene A.V.
Hay grandes obras en la literatura y en la pintura española que han calado hondo en nuestra manera de ser: El lazarillo de Tormes, Don Quijote de la Mancha, La vida es sueño, o en la pintura de Francisco de Goya, con cuadros como La pelea a garrotazos.
El humanista José Luis San Pedro nos habla del “arte de vivir”, cuya finalidad es realizarnos y dar lo mejor de cada uno de nosotros, ganando en satisfacción personal. Añade que es necesaria la libertad para realizarnos como persona. Por otra parte, es consciente de que lo que entorpece esa plena realización es la violencia, la discriminación, el abuso de poder que coarta la libertad de pensamiento e impone su modelo de pensar. Porque sin libertad de pensamiento no hay libertad de expresión.
Hay soledad y soledades. La soledad que es un estado de estar con uno mismo, como el poeta onubense Juan Ramón Jiménez nos expresa: “Somos como testigos, como oyentes de nosotros mismos, y cuando más solos estamos, más intensamente nos comprendemos. La idea se densifica a fuerza de silencio y de éxtasis y, líricamente, el ámbito de su palabra y su canto, que reflejan y son, metafóricamente, una soledad sonora”.
Smartphone es nuestro inseparable móvil; le oímos su voz femenina, melodiosa y amable. Ejerce tanta fuerza de atracción, que ha modificado las pautas y el comportamiento de todos nosotros: somos dependientes de una tecnología que nos sobrepasa. Porque la espectacular sofisticación de la tecnología actual, conlleva una enorme capacidad para controlar nuestras vidas. Me viene a la mente, las palabras del sabio Einstein, que nos dice: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”.
Dedicado, en esta primavera, a todos los poetas: especialmente a Gloría Fuertes y Miguel Hernández por sus aniversarios; a los poetas , que mantienen con su compromiso, viva la poesía.
En la relación humana tendemos a confundir la razón con estar en posesión de la verdad. Porque, como el ilustrado francés Jacque Turgot argumenta, “el hombre, cuando comienza a buscar la verdad, se encuentra en medio de un laberinto donde entra con los ojos vendados”. He aquí, donde la tolerancia es necesaria como valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes de las nuestras. En este sentido, la tolerancia es también el reconocimiento de las diferencias inherentes a la naturaleza humana, a la diversidad de las culturas, las religiones o las maneras de ser o de actuar.
Siempre he sentido que hay miradas que llegan hasta el alma, como es la mirada de la luz de nuestra tierra axárquica: profunda y mediterránea. Nos lo confirma Antonio Gaudí: “La luz mediterránea es la que alcanza la máxima armonía, porque está inclinada a 45º, la cual no incide sobre los cuerpos ni perpendicularmente ni horizontalmente; esta luz, es la luz media, da la más perfecta visión de los cuerpos y la más matizada valoración”.
A la mujer, por ser mujer.
A todas las madres, por poseer la creación.
El comienzo del feminismo occidental europeo surge en el siglo XIX, nace como ideario de que la mujer tenía que ir al mismo nivel sociopolítico que el hombre. Logro que, en los albores del siglo XX, reconocía el sociólogo y filósofo alemán Herber Marcuse: “La liberación de la mujer supone el movimiento más radical de la actualidad”.
Cuando la razón se calla, porque no alcanza a saber de las emociones, el corazón habla. Acudimos a él para expresar los hondos sentimientos y las grandes verdades. El científico y filósofo francés Blaise Pascal, nos lo asevera con estas palabras: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.