viernes, 19 de abril de 2024 00:00h.

Yo busco la voluntad en la palabra

A las personas que aman la vida. 
A las que sufren y se enfrentan a las adversidades.
A las que luchan por mejorarla
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Hay voluntad y voluntades. Quiero hablaros de la voluntad que da sentido a la vida, de la voluntad que busca y habla el poeta: “He visto cómo la voluntad/ le hacía caminar a un lisiado de brazos y piernas./ Era porque la voluntad tenía corazón,/ un corazón muy grande en el alma del lisiado.”

En la vida nos ve­mos sometidos a situaciones nuevas. Algunas son trágicas, desmoralizantes, nos causan daño: un accidente, una enfermedad grave… En estas cir­cunstancias, es cuando aflora la vo­luntad de vivir, nos planteamos buscar razones para darle un sentido a la vida. Las personas que se enfrentan a tan horribles experiencias, se cargan de grandes propósitos para superar o hacer más llevadero ese estado. Ad­quieren la capacidad de darle un verdadero valor al tiempo. 

Hablamos de la brevedad de la vida, cuando pensamos que el tiempo que se nos otorga es corto. Pero la verdad está en el uso que hagamos del tiempo, porque la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleamos bien.
Entendamos la voluntad de vivir como una energía universal, un impulso ilimitado con pluralidad de manifestaciones: en la fuerza de la gravedad, en la exuberancia de las plantas, en la vitalidad animal y en la fuerza de los deseos humanos… Sí, una fuerza vital que tiende a trascender desde el instante en que adquirimos conciencia de vida. El tiempo y las relaciones humanas nos enseñan a vivir. Nuestras propias experiencias personales y el cúmulo de creencias, conforman nuestra personalidad. Eso nos hace tomar determinadas decisiones. Del mismo modo, nos hace comprender que la vida es un sueño, aceptar que es pasajera: un tren, del que hay que despertar y apearse. 

Esta voluntad de vivir habita en el alma universal, dándole sentido a la vida; su latir viene de lo hondo y, por ello, quiere hacerse oír. Don Miguel de Unamuno, poeta y filósofo, fue un hombre afortunado: enfrentó la razón a los sentimientos, a la fe. Y de esta confrontación, descubrió la voluntad de vivir; la vivió y la sintió con intensidad. Él fue consciente de que la fe nace de un sentimiento que luego se convierte en deseo y, finalmente, en voluntad. Aunque su fe o voluntad de vivir tuvo que crearla, porque no aceptaba la autoridad dogmática, en esta agonía, como lo hace el enfermo, la vivía y la creaba cada instante de su vida.

Todos sabemos que la voluntad de vivir tiene enemigos: el peor, la pereza. El no hacer debilita la voluntad y conduce a una vida holgazana. Cuando la vida sorprende al holgazán, cae en su propio pozo, en el vacío.

Pienso en esas personas que tienen coraje, que se implican en la vida y la viven ocupando todo su tiempo en hacer pequeñas cosas que, humildemente, les llenan de satisfacción. Que no temen las caídas, ni equivocarse, porque son sabedores de su fuerza, se levantan y aprenden de sus errores. Admiro también la fortaleza del ciego, del inválido, del enfermo… Porque con sus ejemplos me enseñan la grandeza de la vida. 

Me quedo contigo, amigo, amiga, que aceptas la vida tal como se presenta. Que luchas con todas tus fuerzas ante las adversidades. Que sabes de la brevedad de la vida y la vives activamente.
Y, como el poeta: Yo busco la voluntad en la palabra,/ la palabra que brota como agua de manantial,/ la palabra que aplaca la sed./ Porque es la hondura de la palabra lo que importa.