Alegrías
Está lloviendo (sigue siendo agua imaginada, a pesar de lo llovido). Pongo un vinilo sobre el tocadiscos y me arrebujo en el sofá, los ojos cerrados.
De un lado, la lluvia tamborileando sobre los cristales, acompasándose con su singular música a lo que ya suena, como si formara parte de la orquesta, de la propia sinfonía. Imagino al músico escribiendo cada movimiento mientras cae el agua tras los ventanales de la estancia en la que trabaja e incorpora esa alegría vital al pentagrama. Alegría por partida doble, pues su sinfonía se está inspirando en un poema de Friedrich Schiller: Oda a la alegría. De este lado, desde el tocadiscos, Beethoven, Sinfonía nº 9 en re menor ‘Coral’, universalmente conocida como Himno de la alegría.
Un prodigio de orquestación, un coro de voces que cantan el poema con diversidad de texturas y vibraciones que arropan y circundan como envoltura amniótica. Un espacio protector ante la hostilidad del mundo. Un refugio frente a las inclemencias. Demasiado tiempo oyendo consignas agresivas gritando “¡Has de ser el mejor, el más fuerte, el triunfador de todas las contiendas... hasta convertirte en el más temido... Nadie escribe nada sobre la cobardía!”. Un mantra escuchado desde la cuna, con alternativas que se deslizan de puntillas por nuestras vidas portando cálida luz y la alegría de sentirse a salvo, deteniéndose el tiempo preciso para hacernos levantar los ojos, como el cervatillo que pace confiado en las estribaciones del bosque tenebroso. Y brota, por enésima vez, la pregunta que pocos se atreven a responder: “¿Quiénes son los que deciden que nuestro mundo sea un avispero letal en vez de un oasis de placentera, afable contemplación?” Si esto último llegara a suceder alguna vez habría que cambiarle el nombre al planeta; e incluso añadirle un apellido; y eso que la naturaleza lo ha dotado de un tremendo poder de destrucción (defensa propia): terremotos, erupciones volcánicas, tifones, tsunamis, etc.
¿Acaso la naturaleza nunca tuvo en consideración que sería habitado por criaturas frágiles y vulnerables? Hasta con los dinosaurios se excedió al crear al terrorífico y tiránico Rex, cosa que se repite (eso creo) al diseñar la Humanidad. Pero no todo es de tonalidad oscura: nos concedió un atributo exclusivo: la alegría. Pero no a los demás animales, afirman algunos. Falso. Y no estoy haciendo alusión a las hienas, que con ese gesto apócrifo lo que realmente hacen es amenazar. Es curioso comprobar que hay personas que sonríen del mismo modo (la naturaleza es insondable, supongo). El contento sin circunloquios que nos profesa la perrita de nuestro hijo y su pareja cuando nos visitamos, es pura alegría.
Nos queda el consuelo de verificar la existencia de la alegría en la dimensión del arte, especialmente en la música: las alegrías de Cádiz (hijas naturales de las cantiñas), las festivas bulerías, o también, las jotas de picadillo, propias de Aragón. Un botón de muestra:
“No güelvo más a chuflar / pa avisarte que hi venido, / que anoche salió tu perro / y pagué caro el chuflido”.
¿Es la alegría un refugio o un acto de valentía (iba a decir de rebeldía)? Cuando alguien se alegra, a otros se le despierta la envidia, nos dice Luis Landero en su Una historia ridícula. Por consiguiente, hay que ser cauto a la hora de expresar el contento, no sea que alguien nos sitúe en el punto de mira por considerarnos ajenos o diferentes a la tendencia festiva que brota por doquier como el trébol o la árnica.
Sofá y tocadiscos, aunque no llueva. Pero mucho mejor si cae agua del cielo.