Cascarrabias
Tengo un amigo con el que, en nuestras conversaciones sobre lo humano y lo divino, pretendemos arreglar el mundo.
Tengo un amigo con el que, en nuestras conversaciones sobre lo humano y lo divino, pretendemos arreglar el mundo.
Decía el escritor, guionista y director de cine estadounidense Paul Auster (Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006) que el arte y la cultura no van a transformar de inmediato la sociedad, ni van a solucionar los graves problemas que sufrimos, porque su función es más de tipo espiritual, de abrir las mentes y los corazones de las personas a las vastas posibilidades de la vida humana. Por eso, añadía, “son indispensables”.
Hace algún tiempo me contaron el siguiente chiste: estaba la mujer piloto de un avión comercial que hacía la ruta Madrid-Valencia hablando con su copiloto en los siguientes términos:
Cuando era niño y podía disfrutar de mis abuelos, tuve siempre la sensación de que eran personas dulces, cariñosas y que aparentaban ser felices, a pesar de algunos inconvenientes de la época.
Cuando somos más dueños de nuestro tiempo es cuando no tenemos excusa para emplearlo en asuntos que nos aporten felicidad y contribuyan a nuestro bienestar y al de la sociedad en la que vivimos.
Muchos recordarán una canción compuesta por Julio Iglesias, con la que ganó en 1968 el Festival Internacional de la Canción de Benidorm: “La vida sigue igual”. Decía: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar. Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual”.
Durante una tertulia que suelo hacer con amigos de distinto pelaje e ideario político sobre el devenir de nuestra tierra y su gobernanza, comentaban algunos que en los medios de comunicación locales (sobre todo en televisión, desde la desaparición de Velevisa, Electrovídeo y otras) apenas hay debates entre los políticos municipales y diversos colectivos sociales, culturales, etc.