Privado
Hace algún tiempo me contaron el siguiente chiste: estaba la mujer piloto de un avión comercial que hacía la ruta Madrid-Valencia hablando con su copiloto en los siguientes términos:
Hace algún tiempo me contaron el siguiente chiste: estaba la mujer piloto de un avión comercial que hacía la ruta Madrid-Valencia hablando con su copiloto en los siguientes términos:
Cuando era niño y podía disfrutar de mis abuelos, tuve siempre la sensación de que eran personas dulces, cariñosas y que aparentaban ser felices, a pesar de algunos inconvenientes de la época.
Cuando somos más dueños de nuestro tiempo es cuando no tenemos excusa para emplearlo en asuntos que nos aporten felicidad y contribuyan a nuestro bienestar y al de la sociedad en la que vivimos.
Muchos recordarán una canción compuesta por Julio Iglesias, con la que ganó en 1968 el Festival Internacional de la Canción de Benidorm: “La vida sigue igual”. Decía: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar. Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual”.
Durante una tertulia que suelo hacer con amigos de distinto pelaje e ideario político sobre el devenir de nuestra tierra y su gobernanza, comentaban algunos que en los medios de comunicación locales (sobre todo en televisión, desde la desaparición de Velevisa, Electrovídeo y otras) apenas hay debates entre los políticos municipales y diversos colectivos sociales, culturales, etc.
Cuando llega el calor, nos relajamos y nos disponemos a pasar la canícula de la mejor manera posible.
En el mundo de la música, como en otros mundos, hay personas que se convierten en referentes de muchos aficionados por su calidad artística e influencia.
Cuando era un mozalbete y empezaba a hacer mis primeros pinitos laborales como disc-jockey en un gran hotel de la Costa del Sol, recuerdo cómo llegaban todos los veranos cientos de turistas que tenían la edad de mi abuela, pero que aparentaban otra cosa, lejos de la vida monótona y gris, del luto impenitente, del retiro vital, pensando más en esperar a la parca que en seguir disfrutando de la vida, sin ese control de la estructura familiar y social que el Estado y la Iglesia católica imponían a la sociedad española de entonces.
“Todos los hombres sois iguales”, “Siempre pasa lo mismo”, “Nunca estás contento”, “Jamás haré tal cosa”… Estas y otras frases parecidas las escuchamos con demasiada frecuencia.
Recuerdo muy bien cuando era pequeño y, en mi casa y en el colegio, mis padres y mis maestros se afanaban en transmitirnos a los niños de mi época la importancia de no tirar papeles al suelo, de no maltratar las fachadas de los edificios, de respetar el mobiliario urbano, de no hacer, en definitiva, cosas que molestasen a los demás o que socavaran el patrimonio de todos: desde los bancos de los parques hasta los senderos que caminábamos, en una época donde la jungla del asfalto todavía no se había adueñado de nuestras vidas y los barrios de las ciudades tenían el campo más cerca.
Parece que todos sabemos lo que necesitamos para disfrutar de una buena salud: buena alimentación, práctica regular de ejercicio físico y, a ser posible, un trabajo satisfactorio y cierta estabilidad emocional.