Soñar el universo

Ya desde niño lo tenía claro. En ese tiempo infantil en que te preguntan qué quieres ser de mayor, él no quería ser médico, ni bombero, ni profesor... Yo quiero ser astronauta, decía convencido una y otra vez. Familiarizado con los aviones desde siempre –su padre piloto, su madre azafata– el espacio le atraía enormemente. Pero él quería ir más allá de ese cielo misterioso que nos cobija con su inmensidad azul. Quizá, como aquel adorable Principito que cuidaba a una rosa en su pequeño asteroide, quería viajar a otros planetas para conocer otros mundos que dieran respuesta a sus dudas existenciales. Como al pequeño príncipe, al niño que quería ser astronauta su planeta Tierra se le quedaba pequeño, y quería, cruzando distancias infinitas, viajar más allá de las estrellas que brillaban en ese cielo al que miraba sin cansarse una y otra vez. Ya desde aquel tiempo, Carlos García-Galán soñaba el universo.

Pensábamos en ello, el pasado día 11, cuando recogía feliz su merecido premio como 'Malagueño del Año'. Con su semblante sereno, siempre sonriente y con la sencillez que le caracteriza, agradeciendo el reconocimiento hablaba de su apasionante trabajo como ingeniero en la NASA, inmerso ahora en la misión Artemís II, que llevará de nuevo  humanos a la luna, como primer paso para viajar a Marte en un futuro cercano. Hablaba de sueños, de cómo es posible cumplirlos, y animaba a los jóvenes estudiantes a luchar por ellos. Muy seguro, contento con sus logros, hablaba con entusiasmo, comunicando muy bien lo ilusionante de su trabajo entre naves espaciales y astronautas; siempre mirando al cielo, trabajando desde abajo para acortar esas distancias que parecen imposibles. El niño que soñaba con el espacio cuando jugaba en las playas de Torre del Mar o en las charcas de Gredos, lleva muchos años trabajando en importantes proyectos y ha sido reconocido por ello en numerosas ocasiones. Entre otros muchos premios, cuenta con la Medalla de Plata al Logro de la NASA.

Con un talento innato, su curiosidad y atracción por el cosmos es una constante en su vida. Me recuerda el entusiasmo de su padre, apasionado de esos aviones que volaría hasta su jubilación, que pasaba mucho tiempo construyendo cohetes que despegaban desde la calle murciana donde vivíamos, entre una marea de niños eufóricos que admiraban su ingenio  y disfrutaban muchísimo viendo 'volar' esos cohetes de doble fase que se elevaban desde el asfalto y llegaban lejos, hasta que acababan estrellándose en un balcón cualquiera del vecindario, casi siempre en el de un cura serio poco amigo de aventuras espaciales.

Cuando era niño, Carlos no quería ser piloto porque los aviones le parecían “pequeños y lentos”. Él aspiraba a volar más alto, quizá soñaba ya con estar dentro de uno de esos cohetes enormes que llegaban, a velocidades increíbles, a distancias inverosímiles, mucho más lejos que al balcón de un cura enfadado. Brillante carrera la de este malagueño entrañable que dedica su tiempo a dirigir ambiciosos proyectos en la NASA y a recorrer ciudades del mundo para dar interesantes conferencias que intentan informar, atraer y convencer a jóvenes estudiantes, explicándoles la importancia de la carrera espacial. El espacio guarda misterios, y tal vez, respuestas que ayuden a mejorar la vida de este planeta nuestro, tan bello, que tristemente se nos está deteriorando,  perdiendo color porque no lo cuidamos lo suficiente.

Seguimos a Carlos, admiramos su esfuerzo y lo que ha conseguido desde que soñaba con bucear en el universo. Él es un ejemplo vivo de que, con constancia, trabajo y esfuerzo, se pueden alcanzar metas que parecen imposibles. Nos sentimos orgullosos de él, tan reconocido por su talento, que pasea su sencillez sin perder la sonrisa, soñando un futuro como si fuera todavía un estudiante cualquiera. Esperamos que esa misión futura a Marte sea una realidad, un éxito que corone su vida poniendo un broche de oro a su sueño. Tal vez, desde el misterioso planeta rojo, los humanos que lo pueblen algún día puedan ver, como el Principito, en un solo día cuarenta puestas de sol.

Ojalá que en Marte o en cualquier otro ignoto mundo, por lejano que esté, siga la vida abriéndose paso, sorprendiéndonos entre paisajes distintos con su infinita belleza. Me gustaría pensar que en cualquier lugar del cosmos, los humanos seguirán poniendo corazón en lo realmente importante, aquello que no se ve. El amor, la amistad, la bondad... Como decía el zorro al Principito, sólo con el corazón se puede ver bien, porque lo esencial es invisible a los ojos.

  Me gustaría creer que en cualquier lugar del universo seguiremos mimando las rosas.