La música y el verano

La música en general y la guitarra en particular siempre han sido mi refugio. En las cuerdas de la guitarra encuentro un lenguaje para cada emoción: pena, dolor, aflicción, amor, redención… Y les aseguro que nunca miente, solo dice la verdad a través de la música.

La guitarra no es solo un instrumento, es un refugio, un corazón en el que aferro y guardo mi melancolía y mis sentimientos. De hecho, con ella reconstruyo mi alma canción a canción. También escuchando buenas canciones, porque las canciones son como tarros vacíos en los que, sin darnos cuenta, metemos a lo largo de los años recuerdos, olores, sensaciones…que nos ayudan a redimirnos. La música tiene esa capacidad de despertar emociones y recuerdos en nosotros que nos siguen alimentando a lo largo de nuestra vida.

Lo admirable no es amar la música, sino seguir amándola con los años, desafiando la rutina, los silencios y el desgaste…afinando el alma cada día como si fuera el primer ensayo. Y si hay un tiempo propicio para asistir a festivales de música, salir de gira o de disfrutar  de una banda sonora que nos acompañe, ese es el verano, temporada de fiestas y conciertos, de noches al aire libre y de dejarse llevar por el murmullo colectivo de cientos o miles de personas que disfrutan al unísono.

Tradicionalmente la temporada estival ha estado asociada a una música ligera, mejor si se puede bailar. Se busca la banda sonora perfecta para las fiestas y verbenas que trufan la península. Los artistas y compañías discográficas lo saben y potencian. Es el fenómeno de la canción del verano; aquella que suena en todas partes y a todas horas, aunque de un tiempo a esta parte los éxitos veraniegos no poseen la rotundidad en su éxito con la que sí contaban a principios de siglo y  ahora parece casi imposible un  único gran “hit”, como ocurría hace muchos años con éxitos como 'Un rayo de sol' -Los Diablos (1970), 'Fiesta' - Raffaella Carrá (1977), 'Macarena' - Los del Río (1995), 'Aserejé' - Las Ketchup (2002), 'Waka waka' - Shakira (2010) y 'Despacito' - Luis Fonsi (2017), entre otros.

En verano la experiencia festivalera es total: música, sabores y encuentros en los destinos del verano. De la ciudad a la costa, pasando por el interior, las grandes citas musicales ya no se limitan a ofrecer conciertos. Hay un festival para cada estilo, y no solo hablamos de música. Podemos bailar con nuestro artista favorito en jardines urbanos, corear los últimos himnos frente al mar, asistir a conciertos solidarios, sacudirnos hasta el suelo a ritmo de música bailable o perdernos en las sugerentes melodías del jazz o la fuerte expresividad del blues.

El mapa de festivales es tan amplio y diverso que la elección ha trascendido del cartel para convertirse en una experiencia completa: desde propuestas íntimas a producciones espectaculares, todos comparten, sin embargo, un rasgo en común: el afán de pasárselo bien.

Apuesto por la música en directo porque creo en su poder para inspirar, conectar y transformar. Como ocurrió en el concierto que  el guitarrista Carlos Santana dio en Marbella este mes de agosto, que suponía su regreso a los escenarios españoles tras 20 años de ausencia. El propio Santana reconocía en una entrevista: “Ponerse delante del público español y tocar la guitarra es como hacer el amor delante de mucha gente, tiene un punto exhibicionista. Yo toco la guitarra como si no supiera tocarla, porque ahí está lo virgen y la inocencia. Un músico sin inocencia es como un perico que nomás repite cosas, ya no lo sientes porque practicaste todo. Yo me acerco a cada nota como si fuera mi primer beso”. Y remata acordándose, una vez más, del maestro: “Vengo a España para traer, como Paco de Lucía, la luz en mis notas”.

Y válgame Dios que lo hizo. Miles de personas disfrutamos, nos sentimos felices, compartimos un sentimiento de amor y paz que este artista de Jalisco lleva haciéndonos sentir desde hace más de 60 años.

Los festivales buscan la forma de diferenciarse en un circuito cada vez más competitivo. Experiencias festivaleras de calidad, donde el mundo parece girar a otro ritmo, hay muchas. Cada verano trae consigo estilos y tendencias musicales que definen el sonido de la temporada. Desde clásicos como el jazz, el rock y el blues hasta el pop, la música electrónica y el indie, diferentes géneros han dominado el verano en distintos momentos, en unos festivales veraniegos donde basta con sentir el primer acorde para comprender esa conexión que solo se comparte al calor de grandes encuentros culturales y musicales.

En mi deambular veraniego de ensayos y reuniones informales de músicos donde tocamos para nuestro propio disfrute, en chiringuitos y salas de conciertos y en varios festivales y giras de figuras nacionales e internacionales, he detectado que allende nuestras fronteras municipales ya no se piensa tanto en programar pensando en la posible rentabilidad política de contentar a las masas con actuaciones previsibles, excesivamente comerciales y populacheras, sino que se programan conciertos de calidad en lugares bien acondicionados y donde acuden muchas personas procedentes de diversos lugares, que convierten al lugar en un referente turístico y cultural.

Porque un (buen) concierto es mejor que un partido de fútbol: todos somos del mismo equipo y no hay rivalidad. Además, tiene cualidades escenográficas, o teatrales y a través de las canciones, nos embarcamos todos en el mismo viaje. La magia e intimidad de un escenario es lo que propicia la conexión mágica. Hay pocos sitios donde la audiencia y los artistas puedan mirarse a los ojos y respirar la misma respiración.

En fin, menos mal que la música de siempre (el rock clásico, el jazz, el soul, el blues…) están ahí para contrarrestar ciertos desmanes pachangueros y reguetoneros. Al menos, algunos intérpretes adictos al autotune y las letras misóginas y machistas están, como dice uno de ellos, “cambiando de estilo, haciendo salsa o cumbia porque la gente está cansada de escuchar el mismo sonsonete”. Por eso, apelo a que no nos traguemos lo primero que nos echen a la boca. Hay mucha vida y mucha buena música más allá del reguetón y otras lindezas parecidas.

Estilos como el jazz, el rock clásico con todas sus variantes y el blues no van a morir nunca porque tienen la fuerza de su historia. Son fuentes inagotables de pureza y sentimiento. Y eso es lo más emotivo para cualquier músico y todo público que se precie. La ilusión máxima de los músicos es tocar la fibra sensible de quienes les escuchan, de proporcionarles alegría, felicidad y que se conmuevan de alguna manera. Por eso, los músicos tendemos a improvisar y desnudar nuestra alma ante el público. Para conmover. Por eso un buen concierto es imbatible.

Espero que lo disfruten y que tomen nota de que la música no es un producto de usar y tirar, sino que requiere atención, mimo, contar más con los artistas locales y apostar por la calidad que nunca, nunca, está reñida con la diversión ni la felicidad. También en verano.