Profeta en su tierra
Subíamos las cuestas del pueblo despacio, recreándonos en su ambiente animado. Vecinos vestidos de época iban y venían llenando las calles de coloristas estampas, celebrando el recuerdo de un hecho histórico que el pueblo de Algarrobo vivió en la Guerra de la Independencia, evitando que las tropas francesas quemaran el pueblo.
La Quema de Algarrobo es una fiesta que conmemora ese hecho heroico por el cual se conoce con el nombre de tiznaos a los algarrobeños. Muchos son los actos de esta espectacular 'Fiesta de la Quema' que va ganando adeptos y mejora año a año. Una fiesta muy popular, declarada de Interés Turístico Provincial, que empieza con el pregón, este año a cargo del poeta algarrobeño José Marcelo.

Pensando en él subíamos las empinadas calles buscando el lugar donde nuestro amigo poeta daría su entrañable y sentido pregón. Hace tiempo que nos conocemos, solemos pasear en verano por la orilla del mar compartiendo brisa y pareceres. Hablamos de poesía, de libros, de lo divino y lo humano, y de lo que escribimos en el periódico NOTICIAS 24, que dirige Francisco Gálvez, merecidamente reconocido este año como Socio de Honor de la Asociación Histórico Cultural Quema de Algarrobo. José Marcelo es una persona sensible, generosa, solidaria, amigo de sus amigos y amante de la vida, a la que canta con versos hermosos. Cuando llegue el invierno / y el hielo cubra los campos / para nada me sirve el recuerdo / de que fue un campo de amapolas. Alguna vez, entre verso y verso, me ha contado historias de su pueblo: recuerdos, vivencias de infancia en ese Algarrobo querido que este año lo nombró pregonero. Estaba emocionado, nervioso, desde que supo que tendría que cantar a su pueblo delante de tantas personas, orgullosos tiznaos que llevan a gala ser de un hermoso y pintoresco lugar, entre el mar y la montaña, que luce en su escudo un castillo y el algarrobo que le da nombre.
Con el pañuelo típico y su semblante de hombre bueno, el poeta subió al escenario en el ventilado patio del colegio donde esperábamos con impaciencia oír su pregón. En la primera fila, autoridades, organizadores y su cálida familia, para él el más grande apoyo. Desde un colorista atril acorde con el momento, entre sillas de anea, macetas, tinajas y esas alpacas de paja que simbolizan la quema, luciendo con naturalidad su estampa de tiznao, empezó a desgranar emociones hablando de su pueblo, de sus personajes, de su historia y su leyenda. Un recorrido sentimental por su infancia, por la profunda huella que dejaron en él sus paisajes, sus costumbres, sus tradiciones. Recuerdos lejanos, entrañables, vivos en su memoria, que marcaron su personalidad y se quedaron para siempre en un lugar preferente de su corazón. Marcelo reivindicó el orgullo de saber, conociendo mejor la historia, que aquel matiz peyorativo con que se nombraba a sus paisanos fue por algo grande: haberse enfrentado al mejor ejército del mundo. Lo dijo Francisco Gálvez en su conferencia del 2012, y desde entonces, ser tiznao pasó a ser realmente un honor.
Con emoción, el poeta recordaba a su primer maestro, José Gil López, y su “escuela de Pampanito”. Su poemario Poemas de Cal y Arena está dedicado a ese maestro y al pueblo de Algarrobo. Las paredes de mi pueblo / eran de cal / como el alma de los niños / y niñas de mi pueblo. Hablaba de su maestro con orgullo y agradecimiento: “A él le oí contar los primeros cuentos y leyendas, creando en mí un mundo de ensueños”. Y se preguntaba cómo explicaría hoy aquel maestro tan recordado, que dio nombre al colegio donde se hacía el pregón, los acontecimientos dramáticos que pusieron a prueba el valor y el coraje de los algarrobeños defendiendo a su pueblo. Un pueblo “condenado a arder” que se libró de la quema por la valentía de sus vecinos.
El pregonero ponía énfasis en resaltar aquella gesta de sus paisanos, orgullosos hoy de ser tiznaos. Con la emoción a flor de piel, José Marcelo acababa su pregón agradecido por haber sido su voz pregonera de sus recuerdos más dulces; de las vivencias más añoradas; de las raíces más profundas. El aire, era aire que olía a estiércol / a tierra húmeda y a pueblo. Bajo el cielo limpio de una noche serena de septiembre, entre el mar y la montaña, con el calor de sus paisanos y la brisa suave que anunciaba el otoño, el poeta de alma noble, tiznao de corazón, que canta a la vida con versos sencillos de cal y de arena, era profeta en su tierra.

Nos emocionó el poeta pregonando con el alma, nos convenció el amigo con su voz de verso cantando con vehemencia las bonanzas y el sentir de su pueblo. Nos transmitió su amor por lo sencillo, por las pequeñas cosas que dan sentido a la vida. Y nos hizo sentir, en la quietud de la noche clara, lo hermoso que es, a veces, vivir. Que ningún invierno frío, ningún campo helado, impedirá que sigan floreciendo las amapolas.