Fútbol, aficionados y políticos
El fútbol hace de un lunes un día de fiesta. Y de un sábado, lo más cercano al paraíso en la tierra.
El fútbol hace de un lunes un día de fiesta. Y de un sábado, lo más cercano al paraíso en la tierra.
Tengo fiebre. En los últimos días una especie de virus ha hackeado mi sistema informático y me ha inundado el cuerpo de punzadas, tos y mocos. Tengo el software dolorido y embotado. Casi igual que miles de ordenadores del ancho mundo, víctimas, esta semana, de un siniestro ciberataque. Es, en los momentos de cualquier enfermedad, cuando somos conscientes de que en esta vida estamos cogidos con pinzas; de que cualquier resfriado nos puede dar el pasaporte para la otra dimensión sin apenas darnos cuenta.
En un mundo en el que quien no llora no mama; en un mundo en el que -cada vez más- actuamos como empresarios de nosotros mismos y nos empecinamos en vendernos a los demás continuamente, se agradece, como bendita agua de mayo, la presencia de esos escasos seres que van por la vida con orden y con concierto, sin alharacas, sin estridencias, a pecho descubierto y sin taimadas cartas debajo de la manga. Son individuos por lo general silenciosos, humildes, prudentes, con pocas ganas de destacar ni de sobresalir sobre nada ni sobre nadie; individuos que ni venden ni se venden; que no buscarán la foto fácil ni las falsas influencias ni los vacuos protagonismos ni el apoyo y el arropo -siempre falaz- de los poderosos.
Llevo años intentado decir, en artículos y en escritos varios, lo que le leí el otro día, en una entrevista, al humorista Juan Carlos Ortega: “Echo de menos que el humor se atreva con la nueva corrección política, porque la gente que se declara políticamente incorrecta, se refiere a cosas de hace cuarenta años. Pero la incorrección política ahora está en otro sitio: te metes con los grafitis y, bum, te machacan, por ejemplo. Yo reacciono contra la unanimidad: cuando escucho a Artur Mas quiero ser español, cuando veo una unanimidad de izquierdas quiero ser un poco conservador, o sea, que soy un inadaptado”.
Ha caído en mis manos el nuevo libro de nuestro amigo y compañero de artículos Francisco Montoro. El libro tiene el sugerente título de Viajeros en Vélez-Málaga y me cuentan que se presentará el próximo 20 de abril en el flamante y recién inaugurado Museo de Vélez (MUVEL).
Los políticos locales han caído en las redes de la Red. Más que al pueblo soberano, miran a la soberana pantalla del móvil o del ordenador. No hay político que se precie (casi todos los políticos se aprecian demasiado) que no estén atentos de continuo a las redes. Se han rendido a las redes y les rinden cuentas sólo a ellas. En verdad, se preocupan más por la imagen que dan en el mundo digital que la que muestran en la realidad cotidiana.
La busco, la busco por las calles y por los bares; por las oficinas y por los colegios; por las iglesias y por las mercerías. La busco, pero no la encuentro; hace ya algunos años que se perdió del mapa. ¿Dónde te metes, melancolía? ¿Dónde tu forma indolente y descreída de encarar la vida? ¿Dónde tu punto medio, dónde tu falta de estridencias, dónde tu prudencia, dónde tu discreción?
Las redes están cacareando una vez más. El corral está revuelto. Ahora le ha tocado a Bimba (antes le tocó al torero). Como en todo gallinero sólo porquería y cacareo de aves de corral. Mundo de cacareo perpetuo. Mundo de gallinas imponiendo su grosero cacarear sobre el de las otras gallinas. Este mundo sólo cacarea y cacarea y cacarea y cacarea.
Nuevo año. Y nuevos propósitos. El mío: decepcionar. A cuantos más, mejor. Decepcionar, para no tener que ser esclavo de la imagen que doy a los demás; para no tener que repetirme; para que nadie espere de mí más de lo necesario.