Esencia vital
Pudiera parecer que escribir sea una suerte de respirar para no sucumbir a un ahogamiento. Un modo de respirar atávico que permite visualizar imagen, recuerdo y palabras para dar forma a lo escrito.
En ese ínterin cabe la posibilidad de que se cuele el ángel inspirador y aporte esencias inesperadas, afrutadas o amargas. No digamos cuando los signos empleados son notas musicales sobre un pentagrama y el genio creador se las ha de ver con el fragor del vocerío circundante; está sentado en un rincón apartado de la taberna, y hace de ese estruendo una sinfonía. Pero puede que se trate de un mito acerca de la creación de Obertura 1812, asegura la IA. Sea como fuere, me parece absolutamente verosímil tratándose de P. I. Tchaikovsky. Qué sabrá la IA de estas cosas. Qué sabrá del sufrimiento del músico.
Casi nadie presta atención a su respiración; no se es consciente de ese mecanismo, del que se ocupa el organismo de forma automática, afortunadamente. Como si no tuviéramos bastante con lo nuestro como para tener que ocuparnos, además, de la respiración.
Hay momentos, por ejemplo en la lectura, que por la intensidad de lo que se está leyendo y la consiguiente concentración, se detiene el respirar. Es como si el organismo no precisara más oxígeno del necesario para completar la lectura de una -y hasta dos- páginas. En muchas ocasiones nos damos cuenta de que hemos estado un buen rato sin respirar, mas no se le da mayor importancia. Parece como si la esencia vital, por pura cortesía, cediera mayor importancia al texto que al propio organismo. Un indicador de que tenemos un buen libro en las manos, o eso parece.
En el vientre materno no respiramos, y si al nacer no lo hacemos, nos dan un cachete. Estamos obligados a respirar, es ley de vida; una ley natural que viene a decir “si no respiras, no te quedas”. Y puesto que venimos obligados a vivir, lo hacemos, aunque duela, y aunque nuestro diminuto instinto animal nos diga que el aire está sucio, que es infame, respiramos. Más adelante habrá quienes se revelen como músicos y usen ese mismo aire para insuflar arte al instrumento o a su propia voz. Para entonces, la esencia vital se habrá sacudido de encima los parásitos del microcosmos; aunque no todos.

Desde una lejanía velada nos llega el Pranayama. Ciencia, arte o técnica (llámese como se quiera) de la respiración consciente, llevada a cabo con la voluntad y para distintos fines supuestamente saludables, pero siempre con la advertencia de practicarlo bajo supervisión de maestría. Los músicos de viento aprenden a tomar aire mientras siguen soplando; increíble pero cierto; ya olvidaron el cachete del primer instante.
Respirar para no ahogarnos. Esa es la sentencia que nos lanzan a bocajarro cuando nos airamos, nos ofuscamos y negamos al corazón el ritmo que nos mantiene con vida, su ritmo.
En estos días de calor, sosegar la respiración funciona muy bien, y si se acompaña con un helado de moras y pistachos, muchísimo mejor. Salud.