Estanterías de invierno
En Japón existe el Keiro No Hi, día del respeto a los mayores, en el que se les honra por sus contribuciones y sabiduría. Muchos ancianos han tenido una vida azarosa, llena de vivencias; otros, sin embargo, han estado anclados a una vida insípida, rutinaria. Cuando vemos el cansancio que arrastran al andar y las arrugas que se marcan en el rostro, nos enternecen. Probablemente nos recuerden a nuestros abuelos y esa etapa en la que nos cuidaban ellos a nosotros: nos daban la merienda, nos concedían caprichos a escondidas de nuestros padres, nos tapaban si cometíamos alguna travesura.
Cuando vemos a un mayor andando empujando el andador, no nos ponemos a pensar si amó o si fue amado; si sufrió o fue él quien hizo sufrir; si fue un buen compañero de trabajo o si fue un maldito bastardo. Si tuvo hijos, no pensamos si fue un buen padre o fue uno ausente. Los vemos sentados en parques y paseos, en los bancos de los centros comerciales. No reparamos en si fueron ingenieros, médicos, albañiles, economistas o pintores de brocha gorda. Los vemos a todos iguales. No suelen hablar entre ellos. Seres inertes que observan la vida de los demás pasar.
Me recuerdan a una vieja librería de barrio, en las que los libros no están catalogados por autor ni por estilo. De esas en las que puedes encontrar novelas escondidas entre libros de cocina o de bricolaje. Libros amarillentos, en su mayoría con las tapas desgastadas por el uso, deseosos de que alguien los saque de las estanterías y vuelvan a darles vida. Cuando voy a una de esas librerías me gusta hojear su interior. Pienso en la cantidad de personas que han podido leer sus páginas Si esos libros significaron para ellas lo que probablemente signifiquen para mí. Si les dio igual tenerlos en sus bibliotecas años, sabiendo que no los iban a poder llegar a leer. Las manos por las que pasa un libro les da un valor añadido, les da una historia, les da vida.
Me gusta imaginar, cuando los veo sentados al sol del otoño, que la mayoría de esos ancianos envejecieron siendo un libro muy leído, ajado, amarillento, lleno de manchas de humedad, de sudor, de sangre, con tachones, con hojas arrancadas. Y que ahora están esperando que alguien les rescate de una librería vieja y con olor a humedad. Aunque también los hay que destacan por todo lo contrario. Están bien cuidados, no tienen arañazos ni desgarros. Y entonces es cuando pienso que no han sido leídos, que han valido para decorar una estantería, que quedaban bonitos en las fotos.
Y no, ahora no estoy hablando de libros.