El Universo me lo debe
Hoy has conseguido dormir más de cuatro horas seguidas, ya que el calor ha sido indulgente y una pequeña brisa te ha acompañado, facilitando que pudieras descansar. Preparas el café. Estás feliz porque ese día tu jefe ha sido benevolente y te ha permitido trabajar por la mañana, y sólo serán treinta y ocho grados los que haga.
Mientras vas a la ducha, recuerdas que te han dicho que debes desear las cosas para conseguirlas. Y sí lo deseas muy fuerte, lo conseguirás porque te lo mereces, has trabajado mucho, el Universo te lo debe.

Sales de casa, entras en el ascensor y das los buenos días a Antonio, que acaba de llegar a casa después de un turno de doce horas de vigilante en una obra. Hace días que no lo ves, y te cuenta que está deseando tirarse en el sofá a ver su serie favorita mientras cena la lasaña precocinada que ha comprado al salir del trabajo. En el portal, casi te tropiezas con Susana, la cocinera del bar de abajo, que lleva la mano vendada. Se ha quemado, porque es un poco despistada, al sacar una bandeja del horno sin la manopla. Lleva más de doce horas en la cocina sin parar, y sin un día de descanso en semanas. Pero ella sonríe. Está feliz porque llegará a tiempo de acostar a su niño. Su jefe ha sido extremadamente generoso y le ha dado permiso para que pueda salir una hora antes. Otra vez el Universo siendo indulgente. Ya en el autobús, observas que Silvia casi se pasa su parada. Se ha quedado dormida, y por poco no llega a su trabajo para darle de comer y limpiarle el culo a don José, un encantador viejito al que sus hijos tienen de decoración en su propia casa.
Terminas tu jornada laboral. Enciendes el aire, pero te acuerdas de que el mes que viene llega el seguro del coche y lo apagas rápidamente. Con el ventilador no se está mal. Vas a la cocina, abres la nevera y suspiras. Te llevas la mano al móvil para pedir algo, pero el recuerdo del recibo del seguro vuelve; una tortilla y un vaso de leche te ayudará a mantener la dieta. El Universo no parece estar por la labor.
Suena el teléfono y escuchas la voz de tu madre. “Hijo, ¿qué tal? ¿Llegas ahora? ¡Con el calor que hace! ¡¿Cómo puedes trabajar en ese sitio?! Con lo que tu vales…”. La dejas hablar. Mientras ella parlotea, te llegan mensajes de tus amigos recordándote que hoy tienes que hacer la reserva para el viaje. Intentas, sin mucho éxito, eludir el tema, pero ellos insisten y tienes que sincerarte. No puedes. Buscas su comprensión, pero lo único que encuentras son reproches y menosprecios. “Deja ya ese curro de mierda”. Sueltas el teléfono, deseando no haberlo cogido nunca. Y en ese momento recuerdas lo que te decían tus padres: si estudias mucho, conseguirás un buen trabajo; si haces mucho deporte, esa chica que tanto te gusta se fijará en ti; si dedicas tu vida a satisfacer las necesidades de tu jefe, ese puesto que tanto deseas será tuyo.
Y puede que no consigas ese trabajo soñado, ni a esa mujer tan especial, ni tu jefe vea en ti a el empleado ideal para ese ascenso, pero mientras te tomas una cerveza sentado en una silla de plástico, piensas: ¿a quién coño le importa?