La UE como convidada de piedra
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha roto los esquemas políticos y de alianzas de Europa. La última Conferencia que se celebró en Múnich dejó las cosas claras : la UE ya no es un actor clave en las decisiones estratégicas de EEUU en el nuevo orden internacional.
El desconcierto se ha extendido por la UE tras el anuncio de los aranceles a sus productos en EEUU, el inicio de conversaciones con Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania y el indisimulado objetivo de controlar la información de la mano de los oligarcas de las principales tecnológicas que controlan redes sociales y la inteligencia artificial. Es evidente que el mundo se adentra en un proceso de transformaciones y cambios cuyo destino final no está claro, aunque todo indica que para el humanismo ético, la justicia social y los valores de la democracia apunta mal. Europa aparece en todo ello como un convidado de piedra. No es una cosa de ahora, ya que hace más de dos décadas que la UE va dando señales de decadencia e inoperancia, pero aferrada a su posición histórica de haber sido un actor fundamental en los últimos siglos, para bien y para mal. Todo “el campo europeo no es orégano”, porque los responsables políticos y las instituciones europeas se han dedicado a seguir una inercia en la que todo parecía seguro, y es que ha sido como esa fábula que describe a dos conejos discutiendo si los perros que vienen persiguiendo a uno de ellos son galgos o podencos, hasta que llegan pillándoles despistados en el acaloramiento de la discusión y los atrapan. Europa ni siquiera ha sido capaz de debatir internamente sobre su realidad en un mundo que estaba girando sus intereses hacia otro polo del planeta, con la vista puesta especialmente en China y el Pacífico. El capital no entiende de amigos, sino de ganancias y todo indica que la globalización neoliberal de los últimos 20 años también será sustituida por otro modelo. Los ejes de la discusión debieran haber sido hace ya tiempo otros, no el seguimiento sumiso a los intereses geopolíticos militaristas de unos y otros, y esto es un debate profundo que debiera haber centrado hace ya tiempo las prioridades políticas en los valores de la democracia europea y no en la avaricia de los mercados y la corrupción financiera, un camino que sólo ha conducido al progresivo desmantelamiento del modelo del Estado de bienestar. Y ahora cada vez es más tarde.