Su majestad el flamenco
Con motivo del Día Internacional del Flamenco que se celebrará el 16 de noviembre, traemos estas sentidas palabras de Margarita García-Galán de cuando este arte fue declarado Patrimonio de la Humanidad
Es una de esas noticias que te alegran el alma: El flamenco, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Por unanimidad y con el apoyo de Extremadura y Murcia, se reconocía la importancia de un arte que traspasa fronteras, que airea las raíces y el sentir de un pueblo, que transmite belleza.
Hablábamos de ello hace pocos días en una de esas ollas flamencas en la peña Niño de Vélez. Nos acompañaban unos amigos de Murcia, buenos aficionados al cante y al baile, que venían a conocer el ambiente de esta entrañable peña. Ellos entienden, conocen los cantes sin tener que mirar ese árbol genealógico que he visto en un cuadro y del que voy aprendiendo poco a poco. De la toná parten todos los cantes, me dicen mis amigos. Ellos entienden, yo sólo aprendo y me recreo oyendo en silencio las letras, la música, la guitarra y el compás de esas manos que marcan los tiempos encima de las mesas, entre cafés, cortadillos y amigos cálidos.
Cantaba el cordobés Rafael Ordóñez en ese escenario recoleto, íntimo, con sus cortinas rojas, sus coloristas sillas de anea, tan típicas, tan andaluzas; la mesita con mantel de cuadros sirve de apoyo a los vasos que refrescan las gargantas y la emoción de los que cantan, y, ventilando el ambiente, esas dos ventanas grandes, luminosas, abiertas siempre al paisaje veleño. Sonaba limpio el cante por caracoles. Siempre me ha gustado ese cante, quizás porque, según dicen, gusta más a los que menos entienden; me gustaba ya cuando mi hermano, entusiasta aficionado y coleccionista de todos los cantes, me regaló uno de esos tesoros que se conservan siempre, un disco de Marchena que me aprendí de memoria, donde recitaba, cantando, el precioso romance a Córdoba: Es morena y cordobesa, tiene aire de sultana y corazón de princesa…, ese disco y esa voz empezaron a despertar mi curiosidad por “el más genuino cante andaluz de profundo sentimiento”, el cante jondo. El cantaor Antonio Ordoñez me recordaba aquel tiempo. Peteneras, milonga, soleá…, todo un recital flamenco con buenas voces, buena guitarra, buen ambiente y un espontáneo final de tonás que hizo las delicias de los que estábamos allí. Cantó él, cantó su hermano y el amigo Cachele, que me emociona con su voz ronca cuando hace suya la hermosa y desgarrada zambra de Caracol, …porque no quiero perderme por culpita de unos ojos…

El flamenco, eso tan hondo que te emociona, que te enamora aunque no lo entiendas, es ahora Patrimonio de la Humanidad. No tiene fronteras pero tiene cuna, decía alguien ayer. Tiene cuna. Andalucía, madre amorosa, lo parió, lo amamantó, lo mimó y lo hizo crecer y crecer hasta convertirlo en orgulloso y respetable ciudadano del mundo. Algo tan único, tan especial, tan nuestro, patrimonio del alma de los que lo sienten, es desde ahora un bien a proteger, como la belleza mora de la Alhambra, la grandiosidad de la muralla china, el vergel de palmeras de Elche, el sorprendente y enigmático Machu Picchu o las pirámides de Egipto. A partir de ahora serán también Patrimonio de la Humanidad los brazos de Matilde Coral haciendo bailar sus mantones, la voz de Fosforito, la guitarra de Paco de Lucia o el revuelo de volantes de Manuela Carrasco. He visto bailar a los gitanos de Jerez y del Albaicín celebrando la noticia. Seguro que también, allá donde estén, los flamencos que se fueron habrán saltado de gozo; estarán celebrando a su manera que algo tan hermoso, que fuera su vida una vez, sea ahora tan importante. Suenan lejanos zapateados celestes y cantan con fuerza las voces eternas que nunca se fueron del todo. Carcelero, carcelero, abre puertas y cerrojos… Que se abran las puertas del mundo, que vuela ya, por derecho, alto y libre, y estrenando bata de cola, Su majestad el flamenco, sumando su arte de inmaterial belleza a esas otras bellezas tangibles que nos sorprenden, nos maravillan y nos adornan la vida.
Lo bello, material o inmaterial, es en esencia patrimonio del mundo, aunque no tenga un reconocimiento oficial. Patrimonio de todos son las noches de luna llena, los otoños ocres de las Alpujarras, los atardeceres del mar, las amapolas de mayo, las golondrinas de Bécquer…
Como el flamenco, los castells y el canto de la sibila, la dieta mediterránea es también Patrimonio de la Humanidad. Me decía un simpático amigo que a partir de ahora las berzas de la Peña Niño de Vélez son un espectáculo a tener en cuenta; además de sabrosas, animadas y cálidas, son también, por mediterráneas y flamencas, Patrimonio de la Humanidad. Y terminó su frase, como no podía ser de otra manera, con un entusiasta, sentido y rotundo ¡olé!
El gracejo andaluz, ese arte único, innato e inmaterial, tendría que ser también patrimonio del mundo.