martes, 18 de noviembre de 2025 19:11h.

La repoblación rural que no fue: la cruda realidad del interior frente a los discursos idealizados de los Certámenes de Pueblos blancos

Andrea Aranda hace una cruda radiografía de los pueblos del interior y sus problemas

Hace unos años, una joven profesional con planes innovadores recibió una oportunidad que prometía mucho: formar parte de un plan de repoblación del interior rural. Se le ofrecía elegir entre una lista de municipios despoblados, presentar un proyecto y recibir facilidades institucionales para construir una vida sostenible en el campo. Pero esta historia, que en apariencia parecía un sueño de regeneración, terminó siendo un golpe contundente contra las promesas vacías de ciertos programas. Esa joven era yo.

Cuando la ayuda se reduce a mano de obra barata

Tras meses de trabajo —contactos, trámites, propuestas—, la evaluación no pudo ser más decepcionante. Mi perfil fue considerado “sobrecualificado”. En lugar de apoyar la idea de turismo ecosostenible, donación de libros, talleres culturales, clínica osteopática o servicios de urgencias, las instituciones solo parecían interesadas en emplearla para producir artesanía local o comida típica para su posterior venta. Un uso clásico del rural como fábrica de “lo tradicional” para consumo externo, no como espacio vivo con necesidades reales.

Solo pedía un elemento esencial: un lugar donde vivir con dignidad, a un precio razonable, con la seguridad de que no sería desalojada. Eso, para muchos de esos descentralizados programas, fue demasiado.

La despoblación no es un romance: es una emergencia demográfica

Los números retratan un panorama muy distinto al de los discursos de “vuelta al campo” como alternativa idílica:

Solo el 15,7 % de la población española vive hoy en zonas rurales.

Además, el 66 % de los municipios rurales han perdido población en la última década, según datos del Ministerio para la Transición Ecológica.

La población rural disminuye a un ritmo de 0,7 % anual, mucho más rápido que en muchas otras partes de la UE.

Según proyecciones recientes, aunque la población rural podría llegar a 8,2 millones en 2040, casi la mitad de las provincias vivirían un descenso notable en su población rural, especialmente en regiones ya muy despobladas como Zamora, León u Ourense.

Este declive no es solo cuantitativo: también hay un profundo envejecimiento. En muchas zonas rurales, una parte sustancial de los residentes tiene más de 65 años, y gran parte de ellos supera los 80.

Infraestructuras básicas desfasadas: la brecha está en lo esencial

No se trata solo de falta de población, sino de la ausencia estructural de lo que muchos llaman los básicos:

1. Sanidad

En amplias zonas rurales, el acceso a servicios de salud sigue siendo un lujo. Investigadores han apuntado que muchas rutas no están optimizadas, lo que implica que personas mayores tengan que recorrer más de 45 minutos para llegar a un centro sanitario.

Además, según un estudio regional, la accesibilidad hospitalaria desde pueblos remotos comparada con otras zonas urbanas es mucho más lenta.

A nivel de salud pública, un reciente estudio en Cataluña demuestra que los mayores que viven en zonas rurales tienen problemáticas específicas en su calidad de vida, nutrición y movilidad, lo que agrava la desigualdad frente a áreas urbanas.

2. Infraestructura digital

Se ha vuelto un mantra decir que “llegó la fibra al pueblo”, pero no es tan sencillo. La brecha digital no solo está en la conexión, sino también en el uso.

Por ejemplo, solo un bajo porcentaje de personas mayores (más de 75 años) en municipios pequeños han usado internet, lo que limita su capacidad para beneficiarse de la digitalización.

Es verdad que ha habido avances: en 2024, la cobertura 5G en zonas rurales alcanzó el 80%, según datos oficiales.

Pero la mera presencia de señal no implica que se esté aprovechando para generar oportunidades económicas o sociales.

3. Cambio climático y aridez

No solo es una cuestión demográfica: muchos de esos territorios rurales están directamente afectados por el cambio climático. Aproximadamente un 45% del territorio rural sufre problemas de aridez, y un 17 % enfrenta simultáneamente altas tasas de despoblación y sequía.

Esto agrava aún más la fragilidad de esas zonas: no se trata solo de repoblar, sino de repoblar enfrentando condiciones naturales muy adversas.

4. Género y empleo

En muchos pueblos, la emigración no es neutral: las mujeres jóvenes son las que más se van. El empleo rural está muy masculinizado, especialmente en la agricultura, y eso limita las líneas de trabajo para ellas.

Al mismo tiempo, las pocas oportunidades laborales y la falta de servicios fomentan el éxodo femenino, lo que contribuye al desequilibrio demográfico.

Políticas de repoblación: gestos insuficientes frente a una brecha real

La experiencia personal de rechazo por “sobrecualificación” que tuve no es un caso aislado: es uno más en un contexto donde muchos planes de repoblación no están diseñados para personas con proyectos ambiciosos, sino para quienes puedan producir bienes simples o servir como mano de obra barata.

Algunas iniciativas sí han mostrado destellos de esperanza: por ejemplo, municipios que han logrado atraer talento con políticas de retorno, emprendimientos locales o nuevas familias.  Pero esos casos siguen siendo la excepción más que la norma.

Mientras tanto, el interior rural envejece, se digitaliza a medias, depende del trabajo local precario y lucha con la soledad de sus mayores. No basta con ceder casas baratas o hacer certámenes navideños: lo que se necesita es una infraestructura de vida real, con acceso a sanidad moderna, calidad educativa, transporte decente, oportunidades económicas diversificadas y políticas que valoren las ideas tanto como la mano de obra.