miércoles, 03 de septiembre de 2025 00:00h.

La danza de las horas

No. No es un ballet que forme parte de la Suite El Cascanueces.

¿Cómo se puede perder algo que existe de forma perpetua? Que nació con el universo y es uno de sus más poderosos atributos. Pero sí, son muchos los que se quejan de manera insistente de perder su tiempo. Otros no lo tienen. Los de más allá no lo encuentran. No digamos los que padecen el síndrome capitalista, que lo miden con onzas de oro, el valor supremo (para ellos). Y, en general, todos, cuando echamos la ‘vista atrás’ exclamamos ¡parece que fue ayer! Sentimos la sensación de que el tiempo a transcurrido muy aprisa, como si hiciéramos un largo viaje en tren y nos hubiésemos quedado dormidos; entonces aparece el asombro al haber llegado a Atocha casi sin darnos cuenta. Y no hablo del AVE. Me refiero al expreso que salía de Málaga a las ocho de la mañana y llegaba a las ocho de la noche a Madrid. Corrían los años sesenta y las horas de entonces, más que danzar parecía que arrastraran los pies; descalzos, para mayor concreción. Salía blanquito de Málaga y llegaba con apariencia de mestizo debido al hollín de la locomotora. De niño las horas se me antojaban un tiempo pequeño; me lo pasaba genial asomado a la ventanilla casi todo el rato. Olía a tren.

Solo es posible ver danzar las horas, como amables duendecillos, cuando se está en modo creativo, libremente creativo. La ideología productivista nos roba el tiempo que deberíamos gastar en ser felices; y si me apuran, por mandato cósmico. El productivismo y su hermano siamés el consumismo, son los devoradores de nuestras horas, que están dejando de danzar por puro agotamiento. Son las horas su insano alimento; la ingente montaña de monedas que cuentan patológicamente los Tío Gilito del planeta. Un mal que ya nos pasa factura desde hace tiempo. ¡Cuánto tiempo malgastado! Se nos vende el progreso en forma de manufacturas talentosas para un confort del que poco se disfruta porque no se tiene tiempo. Si pudiera tener una lámpara que funcionase toda la vida sin fundirse (existe), ahorraría tiempo para producir (y consumir) nuevas lámparas para la reposición. Y este ejemplo para todo lo demás, que ya sale de fábrica con fecha de caducidad.

Paradójicamente, no hay danza de horas para el reciclaje de las cordilleras de desechos que se generan y son sepultadas bajo la tierra para que prevalezca la sensación de que hay necesidad de mayor productividad todavía. ¿Hasta dónde alcanzará la paciencia planetaria? ¿Tendrá las horas contadas? El productivismo no se hace estas preguntas: ¡mientras haya, consumid! De pronto, se produce una tímida insurrección para acortar las horas de trabajo y se desatan las furias en el productivismo, como si le hubiesen arrancado todos los colmillos de golpe.

Los pensionistas ya no somos productivos, dicen, pero algo debemos estar produciendo: nos descuenta el IRPF de la pensión. ¿Es pa quitarse la chancla?  Pura ’Idioticracia’, como señala el filósofo Carlos Javier González Serrano.

Que vuestras horas sean danzarinas (o bailaoras) y os alegren el corazón.