A mi manera

Subíamos la cuesta despacio mirando el paisaje. Vestida del mejor agosto caía la tarde, y entre colores y aromas de verano se despedía lentamente el sol.

El vaivén de mi abanico suavizaba el calor inmisericorde aireando, solidario, las florecillas blancas que lo adornan, unos pequeños jazmines pintados con gusto que se mecen incansables perfumando el ambiente y el ánimo. Santa María nos esperaba destacando en el paisaje con su belleza gótico-mudéjar, que recuerda la antigua mezquita aljama sobre cuyos restos se levantó esta iglesia, que guarda un valioso retablo renacentista en su altar mayor. En su precioso patio de arcos mudéjares, bajo el artesonado de madera antigua todo estaba preparado para recibir la música y la poesía del recital 'Damas de Noche', que lleva 15 años perfumando momentos en lugares con encanto.

Se callaron las florecillas de mi abanico. Una brisa reparadora se movía generosa entrando y saliendo, como los vencejos, por los arcos del patio que esperaba impaciente a los poetas. El anochecer empezaba a teñir el cielo de oscuros azules, plateados por una luna blanca y radiante que se asomaba curiosa inundando el espacio con su romántica luz. Sumando belleza, la noche hacía causa común con los poetas, que empezaban a desnudar el alma recitando sus versos, dejando en el aire pálpitos de su sentir. A su manera, cada uno expresaba su amor, su dolor, su esperanza. La calma antigua del patio mudéjar se enternecía con cálidos versos de infancia de Marina Pérez. En sus sueños mi niña / vuela que vuela / con mariposas blancas / y alas de seda. Y se estremecía con los desgarrados lamentos de Francisco Morales contando en verso el horror de unas guerras que azotan y asolan lugares del mundo que nos pellizcan el alma. Impresionante su alegato removiendo conciencias.

En un silencio que se podía cortar, los versos eran un lamento compartido, un suspiro hondo. En contraste con la noche hermosa de luna llena, la poesía cantaba con igual fuerza la tristeza más amarga, el amor más puro, la nostalgia más honda. Te busco en la indolente paz de las tardes de invierno / cuando la lluvia repica en nuestra calma /  como un llanto antiguo. Entre poeta y poeta, la magia de una guitarra y la fuerza de una voz prestaban su música a estas perfumadas damas, que recorren cargadas de aromas de vida, emblemáticos lugares veleños. Y así, cargada de sentimiento sonaba una preciosa sevillana de Salva Conde que animaba el ambiente con sus sones alegres.

Cristian Alcaraz cerraba el acto con su poesía contemporánea, expresada con un lenguaje accesible y coloquial que busca la belleza en lo cotidiano. He salido de mamá / y ahora me vuelvo hacia ella / porque fuera hace frío. La guitarra de Jesús Martín, mágica y clara, sonaba después acompañando la prodigiosa voz de Miguel Ángel Fernández, que nos cantaba, a su manera -brillante y rotunda manera- esa canción intemporal que Sinatra hizo eterna y que siempre me encantó. Corté sólo una flor / y lo mejor de cada instante /  ahora sé que fui feliz / que si lloré, también amé / y así logre vivir... A  mi manera.  Preciosa interpretación, tan intensa, tan sentida, que puso al público de pie. La voz y la guitarra aunaron su magia y se hicieron verso también entre los arcos de Santa María. Espléndida noche de luna llena brillando en el cielo limpio de agosto. Iluminando sentires,  cobijando emociones.

Con las florecillas de mi abanico bailando otra vez al son de lo hermoso, las Damas de Noche decían adiós hasta septiembre. Con el eco de los versos latiendo en mis oídos y las notas de la bendita música que dulcifica tristezas, pensé en lo afortunados que somos pudiendo oír el pálpito de los poetas en la paz y armonía de lugares tan hermosos. Sentir sus emociones, sus miedos, sus tristezas, sus nostalgias, en vivo y en directo. Qué privilegio poder olvidar por momentos el sufrimiento infinito que campa a sus anchas por el mundo ahogando conciencias y arrasando almas. Qué injusto es todo; qué agridulce poder emocionarse con lo bello mientras otros malviven carentes de todo. Muriendo por nada.

Con las flores de mi abanico dormidas, en silencio bajamos la cuesta, esta vez alentados por la suave brisa y el recuerdo gratificante de lo vivido. Y me apeteció contarlo. Me alegré, me entristecí, me emocioné, y lo escribí como lo siento. Sin medida, sin protocolos, sin ataduras... A mi manera.