Dueños de nuestros miedos
¡Que viene el coco!, nos decían de pequeños... ¡O la bruja! La cosa consistía en meternos el miedo en el cuerpo y de paso conseguir alguna cosa: básicamente, que no diéramos guerra.
¡Que viene el coco!, nos decían de pequeños... ¡O la bruja! La cosa consistía en meternos el miedo en el cuerpo y de paso conseguir alguna cosa: básicamente, que no diéramos guerra.
Hubo quien dijo hace siglos que no hay casualidades, ya que todo sucede por alguna razón, y no hay señales muy perceptibles, pero con ellas, algunos se dan cuenta antes, y otros, después.
Dicen en muchas zonas de Francia que si vamos paseando por la calle y se respira aire de bulevar, eso es poesía.
Tengo la sensación de que muchos europeos han olvidado su pasado, y si lo conocen es después de que se haya creado una nueva memoria que distorsiona la realidad.
Roald Dahl, el creador de «Charlie y la fábrica de chocolate» o de los «Gremlins», y de cientos de cuentos para adultos y para niños inteligentes y traviesos, se ha librado de que sus textos sean manipulados y convertidos en puré de lo «políticamente correcto», aunque es bueno decir que lo político raramente es lo correcto. Se ha levantado tal polvareda que los editores ingleses han renunciado a cambiar ni una coma de la obra de ese escritor, fallecido en 1990. En el mundo editorial, el cine, el teatro y la ópera se perpetran gamberradas con las versiones de las obras literarias, tratando de imponer lo «políticamente correcto» en textos creados con modas y estilos que reflejaban su época natal, el pasado. Hace ya algún tiempo que las novelas Ian Fleming han sido tergiversadas por un «iluminado» inquisitorial, tratando de convertir a James Bond en un modelo «feminista»... ¡Por Dios que me espanta tanta estupidez! Nadie podía imaginar hace un tiempo que las reformas de la «nueva lengua» iban a caer tan bajo, y ya no se trata de cuestiones ideológicas, sino de franca y descarnada idiotez amparándose en el desbarajuste normativo que los «pro» y los «trans» dictan. Imponer las ideologías vigentes a obras del pasado podría convertirse en un supuesto lamentable para las generaciones actuales... No se puede explicar, y es un pecado, un «pasado» totalmente inventado. Pronto, el lobo no devorará a la abuela de Caperucita, ni los niños serán abandonados por su padre en «Hansel y Gretel», nadie cortará cabezas en «Alicia y el país de las maravillas», y en «La Cabaña del tío Tom» el racismo histórico quedará convertido en una merienda de negros (con perdón). La «nueva lengua» que se impone consiste en suplantar los textos clásicos. En esta sociedad «nada ejemplar» predomina la hipocresía.
Suele atribuirse a Einstein la cita de que «es estúpido seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes».
En los últimos años el interés de los españoles por estar informados de lo desagradable del mundo en que vivimos ha decrecido.
Viendo la política desde un primer plano, la percepción que tiene uno, es que muchas veces produce hastío. Y me explico.
A la hora de buscar culpables, en las noticias y también a nivel particular o coloquial, es habitual la alusión a las grandes entidades.