Las mayúsculas

"¡Pobrecitas mías!", decía desconsolada la bruja de las palabras mientras hojeaba un folleto.
Vivía en tronco caído. Era gigante y allí había construido su hogar, un poco marchito pero acogedor de algún modo. Entre sus ramas se abría una enorme biblioteca que iluminaban las luciérnagas por la noche. Su cama estaba hecha de cazadoras de niños, las que robaba mientras dormían, cuando visitaba la ciudad de tanto en tanto, en busca de nuevos libros.
Esa noche llevaba tres chaquetas recién recogidas: una roja, otra violeta y una amarilla con listas azules. Mientras las limpiaba de cachivaches, de la última sacó un papel: 'OFERTA', decía en letras gigantes y chillonas. La bruja, que adoraba leer, se detuvo fascinada… y horrorizada a la vez.
No dejaba de gritarle al papel con esas mayúsculas descontroladas. Algunas palabras, además, ni tenían acento.
Entonces, cerró el puño, respiró hondo hasta quedarse sin aliento y clamó, con voz fuerte y algo de sarcasmo:
—¡Pobrecitas mías! Tanta mayúscula a lo loco… —decía, sin parar de mover las manos en el aire—. Solo se usan al empezar oración, en nombres propios, en títulos y después de un punto. ¡No para gritar, que eso es de mala educación!