lunes, 04 de agosto de 2025 00:00h.

El chatarrero

Salvar a los libros, quizá sea el último acto libre que nos quede

Lo veía pasar de aquí para allá, gritando, silbando o cantando; cualquier cosa con tal de hacer saber al barrio que el chatarrero iba de paso. Siempre iba tirando de una nevera o de un televisor o de un carro lleno hasta arriba de piezas metálicas, siguiendo el camino eterno de la chatarrería.

Él era flaco, muy flaco, tenía la boca negra y en sus ojos felinos destacaba, perenne, un brillo astuto de niño de la calle, de muchacho descalzo, de hombre hambriento, de perdedor del sistema. De él no se ha escrito nunca un editorial, ni ningún gobierno se ha movilizado para comprarle unos míseros zapatos, ni se trató nunca su desamparo en el G-20. En realidad, no existe para las estadísticas: él ya era así antes de las crisis y lo seguirá siendo aunque nunca encuentre un claro del bosque donde guarecerse.

Nunca fue muy hablador. De hecho, jamás cruzamos una palabra. Nos veíamos y nos ignorábamos, simplemente. Pero hace unas semanas, mi hermana me trajo dos libros -Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y Pabellón de mujeres, de Pearl S. Buck-. Se los había dado él para que me los entregara. Son libros encuadernados con mimo y escrito en esa lengua bella y cabalística que es el hebreo. Están muy deteriorados, pero siguen conservando el aroma a libro viejo, usado, lleno de experiencias que, sin que llegue nunca a saber por qué, pasaron por un contenedor de escombros hasta llegar a mi biblioteca.

Días después, lo encontré sentado al sol en el poyo de la plaza del Barrio del Pilar, junto a su carro cargado de chatarra.

-Quería darte las gracias -le dije-. Permíteme que te los pague.

-Eso no es chatarra -exclamó mientras me hacía un gesto con las manos para que me guardara el dinero-. No tiene valor para mí, aunque para ti sí lo tiene porque sé que guardas muchos en estanterías.

Me aceptó un cigarrillo.

-¿Y por qué los cogiste?

-Yo no sé leer ni escribir, pero me dio pena verlos tirados en el vertedero… Si la gente tira los libros, ¿qué futuro nos espera?

Tiré la colilla. Él aún la apuró un poco más, al ser tabaco de contrabando.

-Igual que el presente, supongo -le contesté.