El gusano de la manzana
Flavio es un gusano que vive en el interior de una manzana. Una manzana verde, de esas que llaman ácidas. Su pulpa es dura, crujiente, jugosa. A Flavio le encanta roer la pulpa mientras horada sin ninguna prisa un oscuro túnel. Le fascina el jugo. Está convencido de que su acidez afila sus incisivos y los fortalece. Visto de frente (hay que imaginarlo), se parece mucho a un ratón.
Su existencia transcurre entre roer y roer. A medida que avanza, la pulpa del túnel que queda a su espalda se va cerrando, quedando compacta. Flavio no lo sabe, por eso cree que el lugar donde vive es inagotable, un universo infinito. Tampoco sabe que su mundo cuelga de un árbol. No importa, tampoco sabe qué es un árbol. Como tampoco sabe que un día la manzana caerá al suelo y se pudrirá con él en su interior. Mejor así, no le amarguemos el momento. Dejemos que sueñe que su pulpa es infinita. La naturaleza así lo ha dispuesto. ¿Quiénes somos nosotros para perturbar su felicidad?
Flavio no conoce la música. En el oscuro silencio de su mundo pulposo sólo escucha el húmedo chasquido de la pulpa con el roer de sus dientes. Como nunca ha conocido otra cosa, se considera un ser singular, único en el universo; bueno, aunque tampoco sabe nada del universo.
Una mañana soleada, de la que no tenía conocimiento, evidentemente, aunque sí percibía que la pulpa estaba más cálida, sucedió algo que le pareció tremendamente catastrófico. De repente, sintió una tremenda sacudida y un chasquido atroz. Una porción de pulpa se desgajó ante él, dejando entrar de forma abrupta una cascada de luz cálida y cegadora. Aún temblaba de puro miedo cuando otro pedazo de pulpa se esfumó dejándole ante una intemperie que jamás había experimentado. A pesar de la calidez reconfortante que invadía su hábitat, sus temblores se transformaron en espasmos de terror. Con la intuición propia de los gusanos de manzana, pensó que todo eso debía ser el final de su existencia. Pero lo más angustioso, lo más estremecedor, fueron las voces que le llegaron desde el mundo exterior. Eran sonidos incomprensibles, jamás oídos; indescifrables. Una de las voces decía: “Bien hecho. Ya verás como no pasa nada”. La otra voz le respondía, mientras masticaba: “No sé, no sé... nos dijeron que no...”. Si Flavio finalmente llegó a comprender lo que estaba pasando fue gracias a la traducción simultanea que le llegó de alguna parte y de todas direcciones a la vez: Una voz atronadora, enfurecida, amenazadora, como de gran tormenta en ciernes, increpaba y maldecía, abominaba de aquellas criaturas que acababan de destruir el hogar y la existencia del pobre Flavio, como si de un desahucio injusto se tratara.
Aquel poderoso ser capaz de hacer temblar el mundo con su vigorosa voz, y en justa compensación, convirtió a Flavio en una brillante y ágil serpiente, para que pudiera deslizarse por la tierra y así conocer el mundo, en el que sería respetado y temido a partes iguales. Pero la voz no le dijo que algún día, unas garras de águila caídas del cielo, se lo llevarían hacia lo desconocido por siempre jamás. Algo parecido a una brisa en su entorno le susurró: “memento mori”.
Nadie sabe cómo, la manzana mordida perduró a lo largo del tiempo. Hasta que un día, una empresa de tecnología se la apropió para anunciar sus seductores inventos.