viernes, 26 de abril de 2024 13:54h.

Alfredo de Hoces: No esperábamos llegar a los cuarenta para contemplar, atónitos, cómo todo esto que tanto costó conseguir se derrumba a nuestro alrededor".

Alfredo de Hoces acaba de publicar 'Tren a la estación perdida', el último libro de este escritor malagueño con profundas raíces axárquicas.

EDITORIAL: CreateSpace

PRECIO: 15,96 euros

DÓNDE COMPRARLA: Amazon, edición impresa y versión Kindle
 

Alfredo de Hoces-Tren-a-la-estación-perdida
Alfredo de Hoces

PREGUNTA.- Doce años después de Memorias de un ingeniero, publica usted su segunda novela, Tren a la estación perdida. ¿Por qué tanto tiempo? 

RESPUESTA.- Pues entre que ten­go muy poco tiempo libre y que ade­más lo gestiono fatal, de mo­mento no soy un escritor de esos muy profilácticos. Pero última­men­te he conseguido poner cierto orden mi agenda y estoy escribiendo de forma casi constante. El si­guiente paso es cancelar la cuenta de Netflix. 

P.- El estilo literario de Me­mo­rias de un ingeniero recibió críticas muy positivas. ¿Lo veremos también en el Tren...?

R.- Sin duda. El estilo va madurando inevitablemente con los años, pero la esencia sigue intacta. Es­ta novela está narrada en esa pri­mera persona inconformista, so­ñadora y bohemia que a base de hu­mor e ironía intenta conservar la cordura en un mundo que se ha vuelto completamente loco.

P.- Y, de repente, el joven se en­frenta a la madurez y a la falta de ex­pectativas. ¿O, por el contrario, es simplemente que el protagonista no encaja en una sociedad tendente a las etiquetas y al cliché?

R.- Ambas cosas; de hecho, creo que están relacionadas. Una sociedad que sufre demasiado tiempo una acuciante falta de expectativas, suele acabar dividida: de un la­do, los que siguen creyendo en un mun­do mejor; de otro, los que se ya han rendido. Estos últimos, por lo general, acaban considerándose la medida de todas las cosas; la mediocridad, el conformismo y la ignorancia se convierten en la norma y, al que se atreve a seguir luchando y cuestionándose el statu quo, se le tilda de chiflado, inadaptado, conflictivo, antisistema. Son los diez millones de moscas señalando al que se niega a comer mierda.

P.- Usted escribe que su generación esperaba un futuro mejor. ¿Qué esperaban encontrar? 

R.- Estamos gobernados por un clan mafioso de idiotas con ínfulas que han desmantelado el estado del bienestar a base de pelotazos, co­rrupción y políticas cortoplacistas basadas en el pan para hoy para mis amiguetes y yo, y hambre para ma­ñana para los españolitos de a pie, se está defenestrando todo lo pú­blico en favor de chiringuitos pri­vados que únicamente benefician a sus accionistas, se están ba­tiendo récords históricos de paro, no hay presente ni futuro, y encima nos estamos volviendo los unos contra los otros. Los de mi generación nacimos en los albores de la democracia y crecimos oyendo aún los ecos de la dictadura. No esperábamos llegar a los cuarenta para contemplar, atónitos, cómo todo esto que tanto costó conseguir se derrumba a nuestro alrededor con el beneplácito de una mayoría absoluta. Esperá­ba­mos cualquier cosa menos esto. Es una especie de distopía muy chunga.

P.- Usted se marchó a Irlanda, como el protagonista. ¿Encontró allí otra forma de hacer las cosas? ¿Ese futuro del que habla o una parte, al menos, del mismo?

R.- Coger perspectiva siempre es positivo. Irlanda no es la panacea, de hecho se parece a España en muchas cosas, pero hay grandes diferencias también. En Málaga ha­bía estado varios años trabajando como ingeniero informático, tenía que hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes, y aun así nos decían que al menos teníamos trabajo y oye, sin tener que irnos a Madrid. Librábamos una guerra psicológica continua con los señoritos del cortijo y con otros empleados alienados. Era agotador y deprimente; situaciones así, a la larga, pueden provocar trastornos mentales o dejarte gilipollas perdido. Cuando llegué a Dublín, prácticamente no había paro, así que po­días permitirte el lujo de cambiar de empleo para salvaguardar tu dig­nidad. En mi primer trabajo allí ya cobraba casi el doble que en mi último puesto de analista programador en España. Tener un em­pleo decente y un salario que me permitía vivir despreocupadamente, viajar y ahorrar un poco, fue un salto cuantitativo. Básicamente, sen­tí por primera vez lo que era tener una vida.

P.- La novela está escrita en primera persona. ¿Es autobiográfica? ¿Se puede considerar ficción o es la reflexión de un desencantado con el mundo que le ha tocado vivir?

R.- Es autobiográfica con algunas licencias poéticas que me permito para agilizar la narración o ilustrar la tesis subyacente con mayor precisión. Pero sí, así fue más o menos como sucedió todo. Algunos diálogos (quizás los que menos se imaginará el lector) son literales. Y algunas cosas se quedaron en el tintero, porque si las cuento no se las cree nadie.

P.- ¿Cómo ve a la generación que viene? 

R.- Lo tienen jodido. Les hemos dejado una sociedad prácticamente tercermundista, se les ha adoctrinado en el consumismo más salvaje y en el culto al yo y se les ha hecho creer que si con treinta años no son ricos, la culpa es de ellos mismos, de los inmigrantes, los independentistas, los perroflautas, los funcionarios y los lagartos humanoides que viven en la cara oculta de la luna y que se han infiltrado en nuestro planeta para unificar ETA y Al-Qaeda, clonar a Hugo Chávez e imponer una dictadura global donde no exista el papel higiénico y todos tengamos que vestir un chándal con los colores de la bandera de Venezuela.
 

P.- ¿Qué van a encontrar los lectores que se acerquen a su libro?

R.- La odisea de un romántico empedernido que se empeña en no dejar que la mezquindad le arruine la vida, y que un día decide coger un avión y salir a comerse el mundo con 500 euros y su inglés medio alto por montera, contada entre brochazos de humor y crítica social. Y digo brochazos porque no son finas pinceladas, definitivamente.

P.- El ‘parto’ ha sido tan largo que no sé si preguntarle por su siguiente proyecto... 

R.- Pues en breve voy a terminar algunos relatos cortos que tengo a medias, recuperar otros antiguos y editarlos en papel. El título posiblemente será Del humor y otros demonios. Si consigo desengancharme de Netflix, claro.