¿Con qué nos enfrentamos?
Estamos sometidos a lo que el estadounidense Chistopher Lasch denomina ‘cultura publicitaria del consumo’, cuyo método consiste en potenciar el deseo para adquirir mercancías que, aparentemente, nos hagan sentirnos mejores.
Estamos sometidos a lo que el estadounidense Chistopher Lasch denomina ‘cultura publicitaria del consumo’. Cuyo método consiste en potenciar el deseo para adquirir mercancías que, aparentemente, nos hagan sentirnos mejores. Nos ‘educa’ como masas en un apetito insaciable, no sólo de poseer bienes, también de vivir nuevas experiencias de realización personal. Esto ha dado pie a una sociedad dominada por las apariencias, y el espectáculo.
Una sociedad del espectáculo que afecta también a la ‘cosa pública’. La política, cuya finalidad es administrar bien los bienes y servicios de la comunidad. Recordemos que la palabra ‘polis’ en griego antiguo significa ciudad, y el ‘político’ se entendía como un buen ciudadano. Actualmente estos conceptos pierden todo su valor significativo, y están adquiriendo, tristemente, una concepción peyorativa. Esto es como consecuencia de la propaganda que se hace, propia de partidos con concepción totalitaria, y que consiste en publicitar informaciones prejuiciadas: los denominados ‘bulos’. Bulos que se utilizan como recursos con el objetivo de desacreditar al oponente político; apelando a nuestras emociones, así como a nuestro deseo honesto de estar informados. Por otra parte, se paraliza o se da una mala administración de los bienes públicos. Todo ello nos produce un estado de incertidumbre e inseguridad socioeconómica; debilitando la convivencia democrática y el bienestar.
La cultura de la publicidad y del consumo nos ofrece un espejo deformado por una ‘cultura narcisista’. Chistopher Lasch comenta en su obra La cultura del narcisismo que “todos, actores y espectadores por igual, nos miramos en el espejo. En ellos buscamos reafirmar nuestra capacidad de cautivar o impresionar a otros, rastreando ansiosamente alguna mancha que pueda restar méritos a la apariencia que nos esforzamos por proyectar. La industria publicitaria alienta de forma deliberada esta preocupación por las apariencias”.
Y como consecuencia de vivir en un ‘mundo de apariencias’ nacen los neuróticos narcisistas. Nos dice el autor que “el narcisista admira y se identifica con ‘ganadores’ por el temor a que se le califique de perdedor” y añade que sus sentimientos incluyen la envidia y su admiración se transforma en odio si el sujeto admirado hace algo para recordarle su propia insignificancia. De hecho, Lasch señala que cuando un asesino es un neurótico narcisista, con su crimen se apropia de parte del glamour de su víctima asesinada.
Otro tema de actualidad es la dependencia que padecemos de las redes sociales, así como el poder de control que estas ejercen sobre nosotros. Esas redes sociales que nos unen, a través de sus corazones y ‘me gusta’ alimentan nuestro lado más narcisista, y nos alejan de una relación saludable.
Vivimos en una sociedad que propone el consumo como la respuesta a las penurias habituales de soledad, enfermedad, fatiga, insatisfacción sexual… Al mismo tiempo que crea nuevas formas de insatisfacción, como el sentimiento de inutilidad o vacío. La publicidad institucionaliza la envidia y sus ansiedades asociadas. Pero, como me expresó un amigo, debemos quitárnoslas de un ‘guantazo’ mientras contemplamos el nuevo día que amanece. Y después, mirar hacia adelante.