jueves, 02 de mayo de 2024 00:01h.

El mundo es una orquesta

Columna de Miguel Segura

Guiado por la intuición, me tomo la libertad de proponer que, a la par que el ‘verbo’, la Música se manifestó en el origen, en la creación, en los primeros latidos de nuestro planeta. Si bien en un principio sus notas hubieron de ser terribles, aterradoras, el planeta se fue afinando a medida que la vida iba haciendo acto de presencia por todas partes. Sospecho que la música no es invención humana sino que ésta ha sido interpretada desde su entonces naciente sensibilidad. No se supo qué era música hasta que la humana inteligencia inventó los instrumentos con los que interpretarla. Si se pone oído a la Naturaleza, podemos reconocer esos orígenes que se pierden en el tiempo: El zumbido laborioso de la colmena; la cuerda frotada del grillo en el calor de la noche; el murmullo conciliador de las olas lamiendo la arena; la brisa sopladora entre el cañaveral o las copas arbóreas sugiriendo melodías aflautadas; Y los poderosos timbales del cielo: El trueno en la tormenta y su estallido de luz con el rayo: La obstinación del com­positor por acercarse a la comprensión de la Naturaleza siempre esquiva.

Una de las resonancias más arcaicas, y que a día de hoy sigue suscitando curiosidad y auténtico fervor entre biólogos marinos es, sin ninguna duda, el canto de las ballenas.

La imagen que el mundo ha tenido de la ballena, durante mucho tiempo, y gracias a la novela de Herman Mel­ville, Moby Dick, ha sido la de animales terribles, leviatanes que hundían barcos y mataban  marineros.

Pero fue en los años sesenta (período de intensa caza de ballenas), cuando el biólogo estadounidense Roger Payne dedicó sus conocimientos científicos para grabar los sonidos que emitían estas formidables criaturas. Con ello impulsó la conservación de las ballenas y un interés creciente de investigación. Tan importante fue el hallazgo, que el sonido que emiten estos gigantes fue incluido en el disco de oro The Sounds Of Earth que portaron las Voyager I y II al espacio profundo junto con otros sonidos del planeta: Los Sonidos de la Tierra. Y con este descubrimiento se concluyó que, un animal capaz de emitir tales cantos, no podría ser un malvado leviatán.

Desde entonces, los estudios emprendidos con estos cetáceos arrojan descubrimientos, datos y apasionadas hipótesis. Un grupo de biólogos ma­rinos encuentran una interesante y has­ta per­turbadora analogía entre la com­plejidad de sus can­tos y la com­plejidad del jazz. Asimismo, se sabe,  a ciencia cierta, que el conjunto de sonidos que emiten no solo los utilizan para una co­municación de índole fi­siológica (procreación, alimentación, agrupación por geolocalización), sino que crean sus propios ‘dialectos’ y generan combinaciones sonoras nuevas que sugieren una forma de cultura.

Al igual que en el habla humana o en la música, se registran en las ballenas jerarquías de sonidos que nos invitan a pensar que hay inteligencia tras estos ‘cantos’.

Así pues, constituye para mí una certeza que la música haya estado en nuestro planeta mucho antes de nosotros, los humanos. Pero, tanto en la mar como en tierra, hay demasiada barahúnda provocada por el hombre, y eso, no es música.