domingo, 28 de abril de 2024 14:45h.

Hasta siempre, 'patriarca'

Columna de Margarita García-Galán

Era el más mayor de mis primos, el ‘patriarca’ de los García-Galán. Inteligente,  en­­­­tra­­­ñable, cariñoso..., todo un se­ñor. Un caballero de fina estampa con una mente lúcida y un corazón sensible que no le cabía en el pecho. Un joven corazón de 94 años que se pa­ró el viernes en Granada mientras yo paseaba en Murcia entre naranjos. Mi empatía con él viene de lejos; siempre he admirado su talante amable, su cercanía, su amor por su numerosa y hermosa familia y la pulcritud con que ejercía ese trabajo suyo entre leyes, que lo llevó a escribir interesantes libros de Justicia. Mi padre, al que él llamaba ‘San José’, lo admiraba.

Tengo delante una foto en la que aparece, hace poco tiempo, sentado al sol en la puerta de la casa de una de sus hijas. Con su impecable traje, su sombrero, su bastón y su innata elegancia, mi primo mira a la cámara con un semblante sereno que irradia paz. He sabido que él tituló esa foto En la gloria, porque así se sentía, en la gloria, en paz con la vida, aunque echando siempre de menos a su otra mitad, su querida Pilar, compañera de viaje, esposa abnegada y madre omnipresente, puntal indiscutible de su familia. Perderla fue un duro golpe para él, un zarpazo en el corazón de los que no cicatrizan nunca. Pero siguió adelante con su vida, activo, entretenido en lo cotidiano, interesado por todo. Escribía, leía, opinaba..., y buscaba incansable, desde hacía tiempo, las raíces de nuestra familia. Por él conocí historias del apellido García-Galán que yo ni sospechaba.

Navegando en la pantalla de su ordenador, al que llamaba “endemoniado cacharro”, supo de la partitura de una mazurca que un músico dedicó a su alumna, nuestra entrañable abuela paterna; recuerdo que le encantó que yo escribiera un relato sobre esa mazurca que comentó, como hacía siempre con mis escritos, de una forma cariñosa, ocurrente, con una prosa entusiasta y elegante como era él. Otra vez me escribió, a pluma, con su personalísima letra y su prosa cervantina, una preciosa carta donde me contaba semblanzas de mi padre: “Recuerdo que tu padre subía desde la botica para tomarse un vasito de vino con dos huevos, y digo huevos, no porque mediara, cosa impensable en él, ímpetu o fuerza, es simplemente que, al mediodía, tenía costumbre de tomarse un ponche...”. ¡Qué delicia de carta! Me emocionaba a mí y se emocionaba él. “Esta Margarita es una Rosa de los Vientos”. Y cuando publiqué mi primer libro, me preparó en Granada un homenaje familiar inolvidable. Entonces aún estaba ella, la maravillosa Pilar, tan animada y cariñosa como siempre. Alrededor de una mesa, primos y amigos íntimos hablamos de literatura, de nosotros, de la vida, y brindamos felices por todos y por el libro que acababa de ver la luz. 
Se me hace difícil hablar de él en pasado. Mi primo ha tenido una vida plena, intensa, larga, ejemplar, y se ha ido rodeado del cariño de sus hijos, nietos y biznietos, que eran su pasión. El apellido García-Galán, que engrandeció con su imponente presencia, se queda huérfano de memoria, porque él era su memoria. 
En la ciudad de la Alhambra, en una fría mañana de diciembre, se apagó una estrella, la luz de una persona brillante que paseó por la vida dejando su impronta de hombre bueno. Primero del brazo de Pilar; después, apoyando en su bastón el peso de su ausencia. Espero que ahora estén juntos de nuevo en algún lugar celeste donde haya calma, donde haya sol, y pinos altísimos y ríos cristalinos como los que bañaron su infancia. Que pueda, desde el infinito, seguir la estela de ese apellido compuesto que con tanto orgullo llevaba. Mi querido primo se cansó de navegar on-line y ahora navega sin ordenador por infinitos mares azules. Hoy, conmovida por su ausencia escribo para él, y recordando la hermosa carta que me escribió una vez, me despido a su manera.

Y sin otra cosa por hoy, sirva la presente para honrar la memoria de un hombre íntegro, un hombre bueno con el que tuve el honor de compartir apellido y afectos.

Descansa en paz, querido primo. Descansa en paz, entrañable ‘patriarca’.