viernes, 26 de abril de 2024 20:29h.

La visita de Alfonso XII

Con motivo de los terremotos de Andalucía de la Navidad de 1884, visitó la Axarquía el monarca Alfonso XII. Un acontecimiento de este tipo tuvo, lógicamente, su reflejo en los autores locales de la época. Manuel González Herrera, autor del libro Mis Memorias, publicado en la República de Argentina allá por 1944, decía al respecto lo siguiente: 

“…Como es costumbre en los emperadores, reyes o monarcas y principales mandatarios de un Estado, cuando una desgracia ha azotado a un pueblo o una región del mismo, en la forma despiadada en que lo fue en aquella época una buena parte de Andalucía... En los primeros días del mes de enero de 1885, Alfonso XII, acompañado de un notable séquito, hizo su entrada en Vélez-Málaga, donde fue acogido con un entusiasmo delirante. Dada la enorme multitud que acudió a ver y vitorear al Rey, las personas de baja estatura y los chicos, si no trepaban a una ventana, árbol, columna, etc... no podían ver nada, pues se hacía de todo punto imposible...(...) …pude ver a mis anchas la silueta del monarca, cuyo rostro denotaba una validez de arraigada tuberculosis, enfermedad que le llevó a la tumba el 25 de noviembre de ese mismo año.

Como sucede con frecuencia en poblaciones poco habituadas a recepciones de esta índole, en el caso que nos ocupa, tampoco faltó la nota cómica, hija de la ingenuidad del vulgo inexperto. No eran pocos los que esperaban ver en la personalidad del Rey a un apuesto militar vistiendo lujoso uniforme y, por tanto, luciendo numerosas condecoraciones, con profusión de bandas, fagines, galones y entorchados. Como la realidad fue otra, puesto que a más de ocupar uno de los últimos coches que componían la larga comitiva de carruajes, vestía un sencillo traje de particular, esta inesperada desilusión dio margen al chistoso episodio que paso a describir: el primer coche que encabezaba la extensa fila, acupábalo el presidente de la Audiencia de Vélez-Málaga, en cuyo pescante hallábase el conocido portero de la misma, llamado José Fernández, quien vestía su uniforme de gala, compuesto de levita roja con grande cuello y solapa adornados de anchos galones dorados,  medias del mismo color y sombrero de tres picos. Observar el pueblo soberano la llamativa librea del modesto empleado y prorrumpir estentóreos gritos de ¡Viva el Rey! lanzándose tras el coche en furioso torbellino un buena parte de la multitud, fue todo uno. Desenfrenada carrera que continuaron hasta que, persuadidos del tremendo chasco, por las incontenibles risas de los más vivos y las piruetas hechas al saludar al falso rey...

Terminada la humanitaria misión del soberano en Vélez-Málaga, continuó su gira hacia otros pueblos, aún más castigados por el infortunio... Periana y Alhama de Granada...”.

Sor Rafela Trasierra Salido, religiosa clarisa que escribió una narración de los terremotos y que fue publicada por el Excmo. Ayuntamiento de Vélez-Málaga en 1980, al referirse a la visita del monarca nos refiere lo siguiente:

 “…También tuvimos la dicha de ver a nuestro amado monarca Alfonso XII, de feliz memoria, el cual vino en persona a visitar todos los pueblos que habían sido víctimas de los terremotos y con su liberal mano dio limosnas a todos con suma caridad y paternal amor.

Enterado por nuestro señor vicario de que estábamos en las barracas fue a visitarnos. ¡Jamás olvidaré aquel día, pues al verle entrar en la barraca con la ligereza de la juventud y su amabilidad y simpatía, vestido de capitán general, con aquella banda que tanto le favorecía, nos parecía un paraninfo celestial, que venía a traernos la paz y la alegría a nuestros corazones!

A todos nos daba la mano, dirigiéndonos al mismo tiempo, palabras de consuelo, no permitiendo que las ancianas y enfermas se levantasen de sus asientos… ¿Quién había de pensar que aquel augusto monarca, tan joven, pues apenas contaba veinticinco años; y al parecer tan lleno de vida, habíamos tan pronto de perderlo? Aquel mismo año, que fue el 1885, murió causando un gran sentimiento general a todos los españoles que lloramos tan irreparable pérdida…”.

Acampó Alfonso XII en Torre del Mar, en un campamento levantado al efecto, y desde donde se desplazaba a diario a cada uno de los pueblos de la comarca que se vieron afectados por los seísmos.