Apolo y Artemisa
El día 20 de julio de 1969, seiscientos millones de personas seguían por tele- visión la llegada del hombre a la Luna.
El día 20 de julio de 1969, seiscientos millones de personas seguían por tele- visión la llegada del hombre a la Luna.
Cruzaba el puente y miraba al río; llevaba un escaso caudal de agua que discurría serena bajo mis pies. No era ese río transparente que yo guardaba en mis recuerdos de infancia, no cantaba el agua saltando alegre entre las piedras blancas que brillaban al sol.
En la quietud de una tarde de octubre, leo los versos del último libro de Luis García Montero. En su portada, una orquídea blanca parece querer con su hermosura suavizar el negro intenso de luto que la abraza.
La veo corretear por el salón haciendo magistrales regates con una uva moscatel que me ha quitado de las manos.
Vi las impactantes imágenes de esos incendios que ya son tristemente un clásico del verano. Las llamas devoraban la sierra arrasando pinares interminables que verdean y hermosean paisajes que me son familiares, mientras los vecinos, horrorizados, miraban con impotencia cómo el fuego se les acercaba.
Anochecía en el paseo marítimo de Torre del Mar, agosto mostraba su cara más lúdica con el animado ambiente de paseantes y gente en vacaciones, y una espléndida luna llena iluminaba la noche mirándose coqueta en el espejo del mar.
El verano que empieza llegó con temperaturas extremas, caldeando aún más el ambiente revuelto donde se alternan las nubes y los claros de la actualidad.
Por la ventana de mi habitación se colaba la luz tenue de un sol que se iba muriendo lentamente tras los cristales. Me distraía el color cambiante del cielo, el adiós alargado de la tarde, que oscurecía, poco a poco, mi tiempo de lectura.