Concierto de mirlos
No comprendo. Siento una cierta confusión. Hace ya algunas fechas que la primavera se nos viene anunciando, con un verde más pálido que el que guardo en la memoria.
No comprendo. Siento una cierta confusión. Hace ya algunas fechas que la primavera se nos viene anunciando, con un verde más pálido que el que guardo en la memoria.
No soy de los que creen que ya lo ha escuchado todo. Hablo de música. n inmersiones que de vez en cuando hago por el universo-internet, transito entre estrellas fugaces y meteoros que se disuelven incluso antes de coger velocidad, como si otra atmósfera hiciera de filtro para no perturbar la nuestra, hasta que el tiempo se detiene y se despierta el oído.
“A veces pienso que tengo suerte / sin una perra y aún me divierte / mi profesión”... Estos versos podría cantarlos cualquiera que se encontrase en tal situación.
Olas blancas, espumosas, lamiendo el duro mineral costero, golpe a golpe enternecido. Devenido en largo sueño de disolución, en partículas menores sometidas al tiempo y a la espera para ser arcilla maleable.
Nos informa la ciencia que nadie puede saber cómo se encuentra el gato de Schrödinger hasta que no se abra la caja donde está encerrado... Pobre.
Melodías ancestrales que se consagran a celebraciones envueltas en júbilo o como dulce hilo sonoro para acompañar el último transitar del alma hacia las estrellas, a los pies del monte Ararat, tenido por sagrado por lo que representa lo que una vez albergó su cumbre.
Me contemplo subido a un carro del que me resulta ya difícil bajar. Podría ser el Gran Carro al que se conoce como Osa Mayor
Estas líneas que se revelan con vocación de crónica, no son más que lo que el oído escucha y lo que los ojos ven.
Claude Debussy (22 de agosto de 1862 - 25 de marzo de 1918) fue un compositor francés a quien, en ocasiones, se le consideró el primer compositor impresionista, término que rechazaba enérgicamente
Desde hace tiempo -un tiempo que da muestras de carecer de memoria-, los ‘listos’ de las diferentes sociedades humanas, han usado la etiqueta inefable de tradición para elevar ciertos eventos a la categoría de históricos e imprescindibles: tortura de animales (siempre indefensos); desprecio de cosechas enteras de tomates para el divertimento, obviando el hambre que padece la otra mitad del planeta; y la opulencia de la mercadería navideña, no menos ajena a la hambruna.