Capítulo VI: Azul
La última década del siglo XIX se inicia garantizando la estabilidad económica de Salvador Rueda, quien ya tiene puesto fijo como Jefe de Negociado de la Dirección General de Instrucción Pública (1890) y poco después en 1894 será promocionado como Facultativo de Archivos y Bibliotecas. Con la confianza que ofrece el tener sueldo asegurado, Rueda se vuelca en cuerpo y alma a la creación literaria. Para cuando acabe el siglo estará en la cumbre de su carrera.

En la tarde malagueña, Salvador se distrae observando el vuelo de los vencejos. El azul limpio y profundo se hace partitura en las piruetas musicales de las aves.
-¡Ah! El azul…
Y a nuestro poeta le viene a la memoria aquel que pudo ser su amigo. Aquel a quien recibió con los brazos abiertos; a quien llevó de la mano presentándolo en los círculos literarios madrileños.
- Nadie lo conocía, casi nadie -musita Salvador-; y allí estaba yo, que si Rubén por aquí, que si Darío por allá. ¡Hasta Clarín me llamó la atención! ¿Y cómo me la pagó mi amigo de allende los mares? ¡Obviándome! Obviando y negando mi contribución a la renovación poética, pero… ¡Bah! ¡Bobadas! Qué importa eso ahora.
A nuestro poeta le ha fatigado ese recuerdo.
En parte, tiene razón, porque si bien a Rubén Darío se le reconoce como padre del modernismo; no es menos cierto que Rueda ya estaba dando muestras de esa renovación poética cuando Darío visita España por primera vez y es acogido con verdadero entusiasmo por Salvador, quien lo introdujo en los círculos literarios como colega y amigo. A esta generosidad respondió Rubén Darío escribiendo para En tropel, poemario de Rueda, un Pórtico en el que resaltaba la valía del malagueño.
Pero, tras su segunda visita a España en 1899, ya reconocida y admirada la poesía de Rubén Darío, el nicaragüense, en gira por Buenos Aires dará una entrevista al periódico La Nación con palabras poco airosas para el amigo y poeta malagueño diciendo: "Los últimos poemas de Rueda no han correspondido a las esperanzas de los que veían en él un elemento de renovación en la seca poesía castellana”.
Mas, sin duda, lo que debió dolerle a Salvador Rueda de estas declaraciones fue la prepotencia de Darío cuando asegura: “Yo, que le crie poeta”. ¡Cómo si Rueda no tuviese ya a sus espaldas una trayectoria y un reconocimiento poético de singular valía antes de que se conocieran!

Así que no es de extrañar el enfado y la decepción de Salvador. Mas, dejemos esas bobadas, como bien ha concluido nuestro querido poeta.
Salvador Rueda siempre fue consciente de lo que quería, de lo que para él significaba la poesía. Y lo dejó plasmado en El ritmo, libro que se publicará en 1894, aunque ya había salido con anterioridad a modo de entregas. El ritmo es toda una declaración de intenciones, una poética en la que se recogen ideas sobre métrica, ritmo, imágenes y sentir poético que nada tienen de conservadoras; al contrario, son ideas frescas y renovadoras.
En palabras de A. Martínez Olmedilla, recogidas en la Gran Antología de Salvador Rueda, del catedrático malagueño Cristóbal Cuevas, podemos leer: “Rueda ha revolucionado la poesía española con nuevos ritmos, basados en elementos genuinamente españoles, como son la seguidilla gitana, la seguidilla sevillana, la copla popular, el ritmo de doce, tan usado allá en los primeros balbuceos de nuestra poesía lírica, y en otros orígenes castellanos”.
Salvador Rueda daría mucha más importancia al ritmo que a la rima; para él, la rima debe surgir fácilmente, no venir forzada, por eso dirá: “Cada avena trae su espiga natural, y cada verso trae una rima, natural también; así que no hay que buscar nada, pues las espigas y los consonantes nacen ellos solos”.
Ya casi no se ven vencejos, el azul ha ido derivando a índigo y poco a poco empezarán a brillar las estrellas. Pronto será hora de cerrar la ventana; antes de eso, nuestro poeta dedica las buenas noches a Galdós, Benavente, Valle Inclán, Baroja, Unamuno… compañeros con los que compartía páginas en Revista Nueva. Da las buenas noches a sus amigos Narciso Díaz Escovar; Gaspar Núñez de Arce, Campoamor… y también, por qué no, a Rubén Darío.

Nosotros nos vamos de puntillas, dejaremos descansar a Salvador recordando su fertilidad literaria.
En esta década de final de siglo XIX publicaría: En tropel, Sinfonía callejera, La bacanal, El ritmo, Fornos, El Bloque, Camafeos, Flora y El César.
Y para muestra os dejamos con:
De Camafeos:
Dentro de tus ojos
Azules, como el humo vagaroso,
son tus ojos de luz, amada mía,
y abismado en su vaga poesía
he pasado mi tiempo más dichoso.
Cuando a los míos mires con reposo
haz que, dulce, tu rostro se sonría,
y, en mi interior, tu cándida alegría
sienta latir mi espíritu gozoso.
Estar dentro de ti, mujer, quisiera,
y aunque en tus ojos me descubro impreso,
no estoy dentro de ti, que vivo fuera.
¡Oh, si lograras, al grabarme un beso,
copiar con ansia mi figura entera,
cerrar los ojos, y cogerme preso!
En tropel, fragmento de
La mecedora
Uvas jugosas y claras
brevas de meloso seno,
albaricoques dorados
de fina pulpa cubiertos,
biznagas entretejidas
que aparentan en el pelo
constelación de jazmines
de plateados reflejos,
guindas que rojas, simulan
bocas y labios sangrientos,
camarones que despiden
acres olores al puerto,
boquerones esmaltados
de nacarinos destellos,
y naranjas escondidas
en su túnica de fuego,
van cien voces pregonando
con mil distintos acentos,
y una música componen
que es la música del sueño.
Duerme, Málaga, tu siesta,
que yo percibo tu aliento
al son de la mecedora
que balancea mi cuerpo.