Lejano, apagado

“Estoy sola en el mundo”. El pensamiento nace de la honda amargura de enfrentarse a una estúpida y opresiva realidad que no entiende. La Regenta está sola en el mundo, aunque su alcoba se llene de gente: algunos le hablan, otros sólo la miran y mueven la cabeza, pesarosos ante la demacrada máscara social que oculta su verdadera personalidad: “Yo soy mi alma”, se reafirma en un murmullo. Un alma inescrutable, soterrada, que pugna por sobrevivir al mundo “plomizo o negro según las horas, según los días; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado”.
Clarín encierra en el cuerpo de la Regenta no sólo hastío y aburrimiento existencial ante la realidad, sino también todos los pecados de una ciudad vulgar, hipócrita y orgullosamente inculta, sometida a los designios de la moral y de políticos que gobiernan a golpe de odio y resentimiento. Ni siquiera le queda a la Regenta el derecho a amar más allá del matrimonio de conveniencia.
Clarín fustiga con su fina prosa a una sociedad incapaz de salir de su postración eterna ante un modo de vida que sólo se mantiene en pie porque a todos, en el fondo, les aterra la libertad, y los privilegiados lo saben y se empeñan en mantenerlo a salvo de aventuras sociales más agitadas y liberalizadoras, de ahí que el único personaje esencialmente puro de la novela de Clarín sea el más asfixiado por el ambiente sórdidamente civilizado de una ciudad cainita, llena de míseros esperpentos enmascarados. La Regenta es su alma, se lamenta, al quitarse la máscara en la soledad de la alcoba, pero los demás también son sus respectivas almas, sólo que unas son más negras que otras.
La Regenta es Clarín, por supuesto, acosado por los personajes de su propia novela. ¿Qué habría escrito Clarín hoy en una ciudad no inventada? Del mundo de ayer, como contara con desgarradora prosa Stefan Zweig, no queda más que ilusorios esfuerzos para sostener sus cimientos de barro en los lomos de los desgraciados. Todo esto se olvidará, claro. Como se olvidó a Clarín y se fueron amarilleando las hojas de La Regenta. Ninguna ciudad se vio reflejada en Vetusta, ni ninguna persona decente se consideró jamás como uno de aquellos que vertieron sus frustraciones en la protagonista de la novela.
El mundo de ayer es un rumor triste, lejano, apagado. Hoy es otro mundo, ¿verdad?