domingo, 28 de abril de 2024 00:00h.

Susurros

Su voz es como una brisa que se mece sobre el prado alejando las nubes grises, induciendo a las altas copas a inclinarse admiradas a su paso, tal vez augurando un trágico destino.

A Eva Cassidy la asaltó una afección letal sobre su piel, de las que no se esperan. Silenció su voz y su talento cuando contaba 33 años, pero nos dejó su legado en grabaciones hoy por hoy asequibles y absolutamente recomendables. Para las tardes de lluvia, para cuando hiere la soledad o tira de las entrañas el indescifrable saudade que habita los adentros. Voz acompañadora, fraternal, que pone luz en el corazón cuando los latidos se tornan grises, y rememora la certeza de que, tras cada oscuridad, hay un sol naciente que ahuyenta los fantasmas que intimidan.

Eva Cassidy no cantaba composiciones propias. Con su prodigiosa voz, versionaba canciones de artistas que le gustaban: soul, folk o blues. El propio Sting afirmó en una entrevista que no pudo retener las lágrimas al oír a Cassidy cantar su Fields of gold  (Campos de oro). Interpretaba a los mejores del momento dejando en sus canciones el personal sello de su voz. Nunca persiguió la fama o la ambición profesional; todo cuanto quería era cantar, y así lo hizo con los dos músicos que la acompañaban por clubes y salas de renombre, al tiempo que se grababan discos con sus portentosas versiones. Pese a ello, obtuvo premios locales y la admiración de millones de personas que compraron sus discos. Su álbum recopilatorio, Songbird, alcanzó en Estados Unidos el estatus de disco de oro. Publicó The Washington Post que Eva Cassidy “podía cantar cualquier canción y conseguir que fuera la única música que importara”.

La canción What a wonderful world  (Qué mundo tan maravilloso) que popularizó el gran Louis Armstrong con su voz de tormenta lejana, la compuso en 1950 Sam Cooke, un pionero de la música soul. Fue con esta canción, interpretada ante un grupo de amigos, con la que Eva Cassidy se despidió del mundo y de la vida. 

Es verdad que ha sido una gran desconocida en el mundo de la divulgación de la música; lo corroboro. No ha sido sino hasta hace pocos años que la descubrí en mis exploraciones por internet, buscando siempre aquello que se nos oculta o no se nos ofrece por los canales habituales, porque, o carecen de rentabilidad, o no satisfacen las expectativas en los intereses de unos cuantos que, de seguro, se consideran legítimos dueños y herederos de la cultura del mundo. El Cielo los confunda.

La voz de Eva Cas­sidy ya forma parte (para mí) de la amplia y extraordinaria lista de voces de mujeres que han elevado la música a las más altas cotas de excelencia. Pertenece a esa clase de artistas en la que resulta fácil advertir cuándo el alma toma las riendas de la voz y despierta con susurros nuestra pertenencia a esa dimensión inmaterial -y todavía un misterio- que llamamos música.

Qué mundo tan maravilloso nos dicen que fue lo último que cantó. La letra de esta canción hace mención sobre todo al mundo planetario, a su belleza y sus colores inimitables. Y aunque tiene pinceladas agradecidas con el otro mundo, el humano, señala por enésima vez el largo recorrido que aún le queda a la Humanidad. 

Vivan por siempre sus canciones.