sábado, 27 de abril de 2024 00:03h.

Hadouk trío

No soy de los que creen que ya lo ha escuchado todo. Hablo de música. n inmersiones que de vez en cuando hago por el universo-internet, transito entre estrellas fugaces y meteoros que se disuelven incluso antes de coger velocidad, como si otra atmósfera hiciera de filtro para no perturbar la nuestra, hasta que el tiempo se detiene y se despierta el oído. 

Música en estado de gracia (recién descubierta) sin la presencia de dioses ni sacerdotes del panorama sonoro que, como es habitual desde que el mundo es lo que ahora es, pretenden convencernos de que son ellos los poseedores de la verdad única; puro negocio especulativo, nada más; mercaderes de la necedad; amos de los micrófonos transmisores.

En esta ocasión, música étnica, primitiva, engalanada con sedas jazzísticas que la hacen ser ante nuestra mirada un puente esperanzador de fusiones bienhechoras. Y mejor que someter a las neuronas a un complicado entendimiento, se re­co­mienda la contemplación del concierto Baldamore 2007, en Francia, un precioso regalo para los sentidos, un bienestar inesperado, un milagro en el recodo del camino. Y cuando se materializan estos sucesos ante nuestros sentidos todos, podemos hacer nuestras las palabras de Serrat cuando canta: “De vez en cuando la vida / te invita a tomar café / y está tan bonita que / da gusto verla”.

El nombre de este trío, Hadouk, está formado por la contracción de los nombres de lo dos principales instrumentos tocados: Hajhouj, instrumento de cuerda africano (bajo) y duduk, el también llamado oboe armenio, que hablan a las claras de esta simbiosis de culturas musicales. Hermanamiento de músicas investido de respeto, pues cuando hacen sonar los instrumentos nativos y propios de esas etnias, nos traen sus músicas y el lenguaje que las hace audibles para el libre disfrute. Creo que huelga decir que es infinitamente más emocionante encontrarse entre el público y a la distancia justa de los músicos; tan obvio como decir que nuestro sol es una estrella. Afortunadamente, hay en Internet conciertos grabados con una excelencia de imagen y sonido que merecen ser contemplados. Tal vez un día de esos en que a la suerte le da por sonreírnos, esos músicos se acerquen hasta nosotros, en lugar de tener que ha­cer nosotros un costoso desplazamiento. A veces sucede. A veces se nos invita a una taza de buen café.

En esta línea de des­cubrimientos, de­bo mencionar asimismo a Steve Shehan &amigos. Concierto en el teatro La Al­ham­bra (París-2013), donde la impecabilidad, la sensibilidad y el virtuosismo, les confieren la cualidad  de sólidos puentes que unen, que acercan. Puentes, que no frágiles pasarelas colgantes de cuerdas deshilachadas, que duran lo que tarda un nuevo ídolo en apartar al anterior porque menguan los beneficios de la industria.

En ocasiones, ante una nueva revelación de música, no puedo evitar recurrir a una metáfora que sigue siendo incomprensible: Un tierno cotiledón abriéndose paso a través de la tozuda solidez del asfalto o de la roca, en pos de la luz, el calor, la vida; como guerrero entregado a una lealtad planetaria que no puede silenciar la insensatez humana.

Y ya puestos: Que los humedales donde la vida se renueva de manera incontestable, no tengamos que restaurarlos con las lágrimas de todos.