domingo, 28 de abril de 2024 09:04h.

Fiesta

Cuando en un mismo entorno suenan simultáneamente un pasodoble, una batucada, un acorde urbano machacón y un señor vociferando los regalos de una tómbola, y sus ecos llegan hasta el penúltimo distrito, la coral de la ciudad proclama el inicio de la fiesta.

Bacanal aturdidora aspirante al ‘diván’. La felicidad anhelada se transforma al poco en frustración de sobra conocida. Con su aparición cíclica, todo ello se repite como una fórmula magistral incapaz de sanar; como un sueño recurrente, aturdidor, que no sabemos interpretar. La cara amable y lúdica de la cultura arraigada en pueblos y ciudades, en la que la música es siempre su principal protagonista. Mas con el transcurrir del tiempo, el concepto ‘cultura’ se ha ido transformando en humo cuando, desde las distintas tribunas, se nos requiere un voto de confianza en el que muchos ya no creemos; la triste realidad siempre se impone. 

Recuerdo fiestas de verbena, de farolillos temblorosos con la brisa cálida y nocturna del verano, en la plaza, donde músicos esforzados amenizan con canciones de otro tiempo y, a su vez, pretenden conquistar con temas de rabiosa actualidad. Los jóvenes, vaso en mano, con la expectación de toparse con unos ojos que les escanean y podrían hacer de esa noche el primer capítulo de un relato vehemente. Pero hay entre los presentes ojos que vigilan, miradas acechantes, que ya olvidaron su propia verbena; o precisamente porque la recuerdan demasiado bien y aún les duele.

La música en la plaza que reclama la presencia de todos. Demanda ineludible y gregaria que debe ser atendida; porque la soflama esparcida con anterioridad siempre suena a advertencia velada. ¿Qué pensarán de ti si no acudes y no te identificas en la barra, aunque sea por un botellín de agua? La música en la plaza, que hace ya muchísimo tiempo sustituye al toque de rebato (afortunadamente), pero que cumple la misma función convocadora. Ahora se ha puesto la lente de mayor aumento sobre la fiesta y se han descubierto grandes e inesperados beneficios, como si de un hallazgo de laboratorio se tratara. Y se crean rediles en fanegas de tierra apisonada donde antes, probablemente, se cultivaba el trigo; pan para hoy y hambre para mañana. La función de la música no es engordar cuentas corrientes ni acompañar reclamos de la política. Se sabe de sobra que es un exquisito alimento para las almas humanas; hasta los animales y las plantas perciben su presencia y sienten sus beneficios.

¿Qué le pasa al mundo? ¿En qué laberinto sombrío anda perdido? ¿Hay alguna Ariadna entre los presentes? Si pudiésemos convocar la presencia de Joseph Roth, aunque sólo fuese un instante, sin duda pronunciaría la terrible ‘palabra’ con la que tituló uno de sus últimos libros en su exilio en París. 

En el umbral hacia el verano, ya empieza a haber cansancio de fiesta, “macro hartazgo”, un pertinaz déjà vu prolongado hasta que los árboles pierdan las hojas.

Amanece. Y nos hacemos acompañar por Joan Manuel Serrat:  

“Vamos bajando la cuesta/que arriba en mi calle/se acabó la fiesta”.