viernes, 26 de abril de 2024 13:54h.

El progreso como pretexto

El profesor Yuval Noah Harari habla, en su libro Sapiens, de cómo la ciencia moderna da por sentado que no lo sabemos todo.

Que las cosas que sabemos pueden ser erróneas, si al obtener nuevos conocimientos se demuestran que no son ciertos. Las observaciones empíricas y experimentos realizados por los científicos se confirman usando formulas matemáticas; así la ciencia no tiene dogma. Pero dichos descubrimientos no quedan en teorías, sino tienen la finalidad de desarrollar nuevas tecnologías, para adquirir nuevos poderes. 

La concepción de Francis Bacón, de que el “saber es poder”, es practicada por los gobernantes para usar la ciencia al servicio de sus intereses políticos y económicos. Los gobernantes de los estados modernos piden a sus científicos soluciones para las áreas de la política nacional, de la energía a la salud, la eliminación de residuos sólidos... Pero son las fuerzas militares del mundo, las que financian y dirigen gran parte de la investigación científica y el desarrollo tecnológico; y, es preocupante, que se utilicen para las guerras y el terrorismo. (No se encuentren soluciones políticas). Sólo hay que recordar hechos históricos: la detonación de la primera bomba atómica en Alamogordo (Nuevo México). Y, en la década de 1940, los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Soviética destinaron enormes cantidades de dinero para financiar la física nuclear, que les permitirían desarrollar armas nucleares. (Este periodo coincidió con el inicio de la revolución científica). En nuestros pensamientos están los conflictos económicos, políticos que se dan, y el peligro que las guerras suponen en el presente siglo XXI. Esto es así, porque la ciencia no es una empresa que pueda actuar en un plano ético, y ser libre; está sujeta a la actividad humana. Los científicos no son conscientes de los intereses políticos, económicos y religiosos que controlan el flujo del dinero. De hecho, actúan por pura curiosidad; y, ellos no dictan los programas a realizar. La ciencia es incapaz de establecer sus propias prioridades, así como determinar qué hacer con sus descubrimientos. Financiar ciencia pura, no afectada por el provecho económico, es imposible. Todo está determinado, primordialmente, por la utilidad y el lucro.

Para pensar éticamente, hemos de acogernos a las tradiciones mitológicas que planteaban leyes generales, las cuales no estaban acogidas a formulas matemáticas, como: “el mundo es un campo de batalla entre el bien y el mal. Una fuerza maligna creo la materia, mientras que una fuerza buena creó el espíritu. Los humanos están atrapados entre estas dos fuerzas, y deben escoger el bien sobre el mal”. 

Este pensamiento ético me conduce a ese ideal de progreso que dice: el hambre, la pobreza, las enfermedades, las guerras... No son destinos inevitables para la humanidad; incluso, se habla de la muerte.

Antes, eran frutos de nuestra ignorancia. Ahora, gracias a los avances de la ciencia y de la tecnología, es posible solucionarlos y evitarlos. Es verdad, que es cierto, la vida humana se está alargando, las enfermedades se pueden evitar, y que el hambre, la pobreza desaparezcan. Lo triste es utilizar el progreso como pretexto, para que impere el poder del hombre contra el hombre.