lunes, 29 de abril de 2024 00:00h.

Eppur si muove

El científico italiano Galileo Galilei (1564-1642), considerado el padre de la ciencia moderna, fue condenado por la Inquisición en 1633 por defender la teoría del heliocentrismo, un modelo astronómico en el que la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol y no de la Tierra, como defendía la iglesia católica. 

Algunos pensaron que el heliocentrismo contradecía la enseñanza bíblica del geocentrismo y, por ello, Galileo fue sentenciado a encarcelamiento y su obra fue prohibida. Según la tradición, el orgullo y la terquedad del astrónomo lo llevaron, tras su vejatoria renuncia, a creer en lo que creía, a golpear enérgicamente con el pie en el suelo y a proferir delante de sus perseguidores: “Eppur si muove”, (¡Y, sin embargo, se mueve!) refiriéndose a la Tierra. Desde entonces, esa afirmación se ha convertido en el emblema del poder incontenible de la verdad frente a cualquier forma de dogmatismo establecido.

En la sociedad actual, donde cada vez más se impone lo políticamente correcto, donde la libertad de expresión, paradójicamente, parece que está más amenazada que hace unos años, y donde nadie quiere escuchar a nadie, tenemos muy complicado todos (“los que somos más de aquí y los que son más de allá”) el poder opinar y actuar en libertad, de manera responsable y serena y sustentando nuestra postura en el respeto a las leyes, los derechos humanos, el conocimiento objetivo de los hechos y mucho sentido común. De hecho, los creadores, los artistas, las personas conocidas y/o influyentes  y todo aquel que se exponga en cualquier plaza pública (digital o real) a expresar sin tapujos su opinión sobre algún tema controvertido, tiene  que asegurarse antes de estar preparado para lo que se le puede venir encima.

Conozco a quienes han dejado de escribir en medios de comunicación, que no publican nada de carácter ideológico en redes sociales, que han dejado de opinar, de expresar en público lo que piensan sobre asuntos importantes sobre los que se sienten concernidos, porque no estaban preparados para sufrir ningún tipo de señalamiento social y tampoco estaban dispuestos a caer en uno de los peores males que cualquier creador puede sufrir: la autocensura. Porque contravenir algunos lugares comunes impuestos por el establishment de turno, te puede llevar al destierro, al aislamiento, a que te aniquilen socialmente o, en el peor de los casos, al paro.

Lo políticamente correcto se está convirtiendo en una especie de gangrena del arte, de la verdad y de la libertad individual. Por eso, no me gusta ser feminista, ni republicano, ni patriota de solapa ni de redes sociales o banderitas. No me gusta tener que hablar en voz baja por no seguir la corriente mayoritaria; no me gustan las identidades únicas; no me gusta que el sistema, la Iglesia, el imperio o el populismo barato me digan lo que tengo que pensar y decir. Para mí, para muchos librepensadores y artistas, nuestro trabajo, nuestras creaciones, son, como decía Manolo García, cantante del grupo El último de la fila, una defensa frente al mundo. Por ello, tengo todo el derecho a ser políticamente incorrecto y a expresarme sin ningún tipo de cortapisa y de ir en contra de la corriente, sin que ello suponga ningún tipo de contratiempo.

Por otro lado, debemos estar alertas a lo que está a punto de convertirse en un azote: la inteligencia artificial, que es muy fácil de manejar y puede multiplicar la desinformación y la invasión de lo privado a espuertas. Manipular a los votantes, a los ciudadanos en general, va a ser mucho más fácil a partir de ahora. La inteligencia artificial generativa (tipo ChatGPT) combinada con la llamada ciencia de redes, es capaz de conseguir que cambiemos de opinión (política, o de consumo) sin apenas darnos cuenta, de forma prácticamente inconsciente. La generación de desinformación va a resultar mucho más fácil de conseguir, y la diferencia entre la mentira y la verdad mucho más difícil de discernir. De hecho, el concepto de ‘posverdad’ para la era que vivimos se puede quedar corto. 

Aunque puede que sea cierto aquello de que todo depende de la perspectiva desde que se miran las cosas, lo que no puede ser es que a estas alturas, en las sociedades pretendidamente avanzadas, nos pase como en esa viñeta que vi hace algún tiempo en que dos grupos de cebras estaban separados y se odiaban profundamente, porque unas tenían las rayas blancas y otras las tenían negras. ¿Se entiende tal dislate? 

Afortunadamente, la Tierra se mueve, a pesar de que algunos quieran mantenerla anclada en la Edad de Piedra.