viernes, 26 de abril de 2024 14:11h.

Sol, arena y mar...

Columna de Salvador Gutiérrez

El tufillo imperialista de los británicos sigue expandiéndose por el ancho mundo: una turista británica se queja y denuncia que en Benidorm hay demasiados españoles. Y es cierto. ¿A qué español decente se le ocurre ir a un lugar donde María Jesús sigue tocando los pajaritos con su acordeón y donde los jubilados acordonan férreamente la primera línea de playa desde las primeras horas del día? l turismo globalizado, la mala educación y la incultura traen a las portadas de los periódicos noticias como esas. La cuestión no es sólo que los británicos lleven en sus genes las moléculas de la piratería (medio Museo Británico se nutre de las piezas que a los ingleses, un día, se les colaron en sus mochilas como por arte de magia), el problema es que muchos países pálidos se han hecho okupas en los países del sur y del sol y nos han tomado al asalto como si fuéramos sus patios traseros, donde se pueden dar un baño, comerse unas hamburguesas en la barbacoa y beberse algunos litros de birra.

Algunos extranjeros sólo viajan para tomar el sol. La magia y el misterio del viaje se perdieron del mapamundi hace ya muchos años. Algunas zonas de nuestro país se han convertido en auténticas colonias de extranjeros que sestean desde hace décadas en nuestra tierra y que ni siquiera han aprendido a decir en castellano un simple hola. Hay un tipo de turista pret a porter que sólo quiere de nosotros sol, arena y mar (como dice la famosa canción de Luis Miguel) y al que le da urticaria nuestra cultura, nuestra forma de vida y hasta nuestra gastronomía (¿habrá algo más patético y cateto que viajar para acabar comiendo la comida típica de tu país?).

La turista británica es el prototipo más grosero de los estragos que el turismo de masas está haciendo por el mundo -y con el mundo- (el verdadero calentamiento global del planeta no lo trae la contaminación, sino las bandadas de turistas dando zapatazos por doquier). La turista británica representa la más radical desafección de un turismo epidérmico con la hondura de los viajes de verdad, y que utiliza los países a los que va como soláriums y bañeras. O como lugares baratos en los que hacer desenfrenadas despedidas de soltero. O como lugares con los más espléndidos balcones para tirarse desde ellos.

Pero lo peor de todo, con lo que se nos caería el alma a los pies, lo que nos haría desistir de cualquier esperanza en el género humano, pudiera estar en el hecho de que la turista creyera que Benidorm pertenece al Reino Unido. Todo pudiera ser. En fin, en esto del turismo propongo que antes de conceder el pasaporte, todos pasáramos un pequeño examen de geografía. Al menos, algunos sabrían señalar en un mapa dónde cogieron su última cogorza.