La invisibilidad
Seguro que habrá quienes, en algún momento de sus vidas, hayan fantaseado con la invisibilidad. Una ilusión, un juego mental que suele aparejar dos variantes en las que compiten el héroe y el villano.
Seguro que habrá quienes, en algún momento de sus vidas, hayan fantaseado con la invisibilidad. Una ilusión, un juego mental que suele aparejar dos variantes en las que compiten el héroe y el villano.
“Reivindico el espejismo/ de intentar ser uno mismo/ ese viaje hacia la nada/ que consiste en la certeza/ de encontrar en tu mirada/ la belleza”. Escucho la canción de Aute y recuerdo un tiempo en el que la belleza la encontrábamos en la idea del bien colectivo, en la reivindicación y en la construcción de espacios democráticos, transformadores cultural y socialmente. En el esfuerzo y la camaradería alentaban la belleza, la utopía y la esperanza.
Miro a ese niño, casi un bebé, plenamente entregado al ‘juguete’ que lleva en sus manos. La mamá empuja la sillita con la derecha, en la izquierda el móvil, apéndice electrónico, con el que mantiene una conversación a voces. Es difícil no enterarse de eso que se supone conversación privada.
La pobreza es siempre mal venida. No cae bien. A lo sumo, se la mira de soslayo, se pasa rápido por su lado o se le deja caer alguna migaja: las sobras del banquete.
Eso de la comida rápida, no lo entiendo. No me extraña que tenga sus seguidores, porque el mundo parece ir a paso de desfile rápido, con un reloj en la mano y contando los segundos que invierte en cada uno de sus movimientos. Vaya a ser que llegue tarde a no se sabe dónde.
La vida nos depara momentos para todo. Hasta en esos instantes que consideramos vacíos y que transcurren en pura monotonía, cuando menos te lo esperas, salta la liebre y ¡zas! te topas con algo que no esperabas.
Hablar de timos en un país donde la picaresca llegó a la cumbre como género literario y donde quien más quien menos tiene conocimiento de ciertos personajes que elevan el sablazo a arte de esgrima, dejándote, si te descuidas, la cuenta corriente en las puertas de urgencias, podría parecer una paradoja si no fuera por la frecuencia con la que últimamente saltan las alarmas ante este tipo de delitos.
Recuerdo un hecho de la que fui testigo una mañana. Entraba yo a una de las tiendas de Calle Nueva, era temprano, siempre me ha gustado salir de compras a primera hora, cuando las correderas hace poco que están levantadas y se puede caminar y comprar tranquilamente.
En esta mañana soleada y luminosa que, a puertas del invierno, y a semejanza del protagonista de La montaña mágica, me hace perder la noción del tiempo y preguntarme si las estaciones están jugando entre ellas a confundirnos.
¡Ay!, ese elemento tan escurridizo, inquilino de nubes, capaz de mutar en niebla o hielo, ese milagro químico que sorprende las madrugadas con su huella fresca, ese repiqueteo que llama a los cristales, que resuena y brilla a nuestro alrededor y hace que nos asomemos con una sonrisa a las ventanas o que salgamos a la calle como colegiales, jugando a mojarnos y no mojarnos, a pisar charcos, a meternos en el café si es que arrecia, esa alegría es el agua. Pura vida. Vivimos en el planeta del agua, aunque se llame Tierra
La risa es contagiosa; cuando se escucha una risa de verdad, es difícil no volver la cabeza para ver qué está pasando y girarnos ya dispuestos y preparados para secundarla.