Silencio. Se canta una nana
Un susurro materno dirigido al morador de su vientre que aguarda el instante de pertenecer al mundo.
Se canta una nana para alejar el temor a la hostilidad de la dimensión a la que se acerca. No al mundo-planeta, que el sol caldea como una recachita placentera en la incomprensible y gélida vastedad del cosmos.
Se canta una nana como una bendición protectora ante lo que está por venir, esa otra frialdad que ofrece la condición humana cuando abraza la ignorancia y sus intolerancias.
La nana es música, probablemente de las más antiguas y trascendentes manifestaciones del ser. Nos dice la arqueología que la más antigua hallada hasta ahora está tallada en lengua cuneiforme en una tablilla sumeria. Como si la inteligencia de Natura, desde su origen, hubiese dotado a sus criaturas de una sustancia defensiva frente al rigor de la existencia.
Se canta una nana, como canción de cuna, cuando la vida ya es un hecho irrefutable y hay que preservarla a toda costa; como un mandato proveniente de la más lejana instancia del universo.
Silencio. Se canta una nana desde el dolor más nebuloso e inhumano:
“Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso”.
No recuerdo las nanas que me anclaron al mundo. Estarán, probablemente, en alguna estancia recóndita de mi memoria, como frágiles tesoros a resguardo de las inclemencias. Efluvios que desde siempre me han alentado a sentir la música como la dignidad más elevada; como la máxima excelencia de la que está dotada nuestra existencia.
Música y movimiento. Cántico susurrado y arrullo para dar continuidad a la confianza y la protección acuosa y cálida del vientre materno, como la salida del sol que cada amanecer nos arropa y envuelve en su luz reconfortante. Y es que siempre tendremos cerca, al alcance del corazón, una melodía que nos recordará, sin nosotros saberlo, aquella voz primorosa que nos susurraba palabras de amor y bienvenida, despojadas de toda inquietud. Aquellos que hacen daño al mundo, y de forma deliberada, han olvidado absolutamente el sentido de su llegada a la vida; o, simplemente, no tienen el valor y el coraje necesarios para reconocerlo. Triste y envalentonada cobardía.
Silencio. Se canta una nana. Una canción de cuna que susurra la voz ronca y endurecida de Tom Waits, Lullaby, que es a la vez un lamento y una nana, un recordatorio de la fragilidad de la vida y una invitación a encontrar consuelo en los sueños:
“El sol es rojo.
La luna está agrietada.
Papá nunca volverá,
nada es tuyo para siempre.
Cierra los ojos, ve a dormir.
Si muero antes de que despiertes,
no llores, no te lamentes”.
Las palabras de esta canción de cuna bien podrían ser el contrapunto a lo idílico de las nanas que conocemos. Pero es más que probable que canciones como esta se estén susurrando en muchas partes de nuestro planeta entre bombardeos y escombros.
Silencio. Se está cantando una nana y la maldad del mundo no nos deja escucharla.